A continuación, comparto el tercer extracto traducido del libro La constitución del conocimiento.
Por: Jonathan Rauch
Capítulo 2. El estado natural: La verdad tribal
Parte III
Las realidades alternas de las masas son comunes y resistentes, y tienden a terminar mal. También tienden a ser agresivas. Recuerden que es fácil para nosotros el ver los sesgos en los demás, pero no los propios. Recuerden también la ilusión de la perspicacia asimétrica, la cual nos hace creer que entendemos la forma de ver el mundo y los motivos de los demás mejor que ellos entiendan los nuestros. Cuando encontramos grupos cuyas formas de ver el mundo son contrarias a las nuestras, tenemos problemas en imaginar que operan de buena fe. ¿No pueden ver la verdad que está frente a sus narices? ¿Por qué niegan lo obvio? En la política estadounidense, la creencia de que la oposición debe ser malévola, estúpida, ignorante, o todas las anteriores, se ha convertido en una característica de la polarización partidista. Escriben Van Bavel y Pereira “Debido a que las personas creen que miran al mundo de manera objetiva, los miembros de otros partidos que no están de acuerdo con ellos son vistos como desinformados, sesgados e irracionales.” Y peligrosos también. En cualquier sociedad humana, un problema fundamental es cómo resolver los conflictos entre creencias. Algunos conflictos son triviales, pero otros, por alguna razón, son muy difíciles o imposibles de resolver. Si una creencia, no importa que tan arcaica, abstracta, o metafísica, se convierte en un pilar de la identidad grupal, cualquier desafío a este dogma es una amenaza para el grupo. Los disidentes dentro de la burbuja de creencias siembran confusión, inspiran a los herejes y apostatas, dividen a la tribu, corrompen a los jóvenes. El solo hecho de no estar de acuerdo implica que los sacramentos y la solidaridad del grupo están en peligro.
¿Cómo lidiar con una amenaza a las creencias sagradas del grupo? A través de la mayor parte de la historia, solo unos cuantos métodos han funcionado. Los grupos pueden aislarse y expulsar a los disidentes, como muchas sectas religiosas lo han hecho, pero este método los separa de la realidad y atrofia el intelecto colectivo, lo cual los condena al atraso, al aislamiento, y a ser manipulados fácilmente por sus líderes. Con el tiempo lleva a divisiones facciosas, y a nuevos conflictos. Y el perder contacto con la realidad nunca acaba bien. Otro método es el de postrarse ante un líder, una institución, un sacerdote, o un príncipe: alguna autoridad que gobierne por decreto, decidiéndonos qué es lo que ‘creemos’. La recomendación de Platón fue el autoritarismo. Trato de suavizarlo al suponer que el líder sería un filósofo sabio y desinteresado (tal vez alguien como él mismo), pero la historia ha demostrado que George Orwell tenía la razón y no Platón, sobre el control autoritario de las creencias y la libertad de expresión ─lo que ahora llamamos totalitarismo. Cualquier amenaza a la ortodoxia predominante es una amenaza a la estructura de la autoridad, y por lo tanto, a todo el orden social. Orwell se imaginaba un estado vasto que pudiera proyectar su versión manipulada de la realidad sin oposición, para siempre. Pero la vida real no es así. El mundo real se entromete, y la disidencia interna sigue apareciendo, y la realidad se reafirma a sí misma. Como mecanismo de autodefensa los regímenes autoritarios tarde o temprano se vuelven agresivos, hacia los disidentes y eventualmente hacia todos los ajenos al sistema. Etiquetan a los disidentes como traidores, buscan excluirlos del poder y la participación social, boicotean sus plataformas, los deshumanizan y los cancelan. Eventualmente usan la violencia, a veces al punto de intentar erradicar una facción política o grupo étnico. ─Cuando el total acuerdo no pudo lograrse, una masacre general de todos los que no comparten una cierta forma de pensar ha demostrado ser una forma muy efectiva de resolver las diferencias en el país.─ Escribió el filósofo estadounidense Charles Sanders Peirce en su gran ensayo de 1877, La fijación de las creencias.
Las guerras de credo (violencia y represión organizada alrededor de ideas) es una característica humana demasiado familiar. Uno de los ejemplos más agudos de la historia pudiera ser las largas guerras religiosas entre católicos y protestantes durante la era de la Reforma Protestante. Los conflictos surgieron en toda Europa y duraron más de un siglo, desde 1520 hasta 1640. La fase más severa fue la guerra de los treinta años, el cual fue uno de los conflictos más destructivos de la historia, con una cantidad de muertes que se cree en los millones (algunos expertos piensan que esta guerra pudo haber matado a un tercio de la población de Alemania en ese entonces). Muchos otros conflictos han sido guerras de credo completamente o en parte: por ejemplo, la guerra civil en Los Estados Unidos, la segunda guerra mundial, la guerra fría, y el conflicto con el fundamentalismo islámico radical. Mi punto no es clasificar algún conflicto en particular como conflicto de credo o no, sino lo opuesto: todos los conflictos tienen elementos de algún credo, y cualquier diferencia de credos puede originar conflicto. Las ideas pueden ser inflamatorias y los desacuerdos pueden ser peligrosos.
El problema de mantener la paz en la cara del conflicto ideológico es un reto existencial para todas las sociedades humanas: ninguna sociedad puede existir por mucho tiempo sin manejar este reto. Y cuando los mecanismos para lidiar con los conflictos epistémicos se descomponen, el tribalismo se intensifica en las sociedades. Cuando esto sucede los conflictos de credo y los políticos no se pueden distinguir.
Una de estas ocasiones fue a principios del siglo 21 en los Estados Unidos. Los estadounidenses no estaban al borde de una guerra civil, pero un conflicto de credo también puede hervir a fuego lento, lo cual no resulta necesariamente en violencia, sino en ingobernabilidad. Signos de este tipo de conflicto eran abundantes. Muchos conservadores religiosos creían que estaban confrontando una guerra contra el cristianismo, con ‘guerra’ se referían a una campaña implacable por parte de los liberales no creyentes para desplazar a las creencias cristianas fuera de la sociedad respetable. Muchos liberales seculares pensaban que estaban enfrentando una guerra en contra de las mujeres, con ‘guerra’ se referían a una campaña implacable por parte de los conservadores religiosos para controlar el cuerpo de las mujeres. El uso de la palabra ‘guerra’ era metafórico, pero solo hasta cierto punto: ambos lados creían que estaban luchando por la libertad de las personas. Cada vez más estadounidenses creían que solo un lado podría prevalecer, y que el conflicto solo podía terminar con la total eliminación de la oposición política. Cada elección, cada nominación de la suprema corte de justicia, incluso cada proyecto de presupuesto o de ley, era sujeta a convertirse en una batalla para evitar la catástrofe final. Lo que estaba en juego parecía tan crítico, que el hacer pactos o negociar con la oposición era considerado algo inútil en el mejor de los casos, y suicida en el peor. Y cuando las negociaciones fallan, empieza la ingobernabilidad. ¿Era esta politización política estadounidense algo ideológico (relacionada con el credo) o algo partidista (tribal)? La respuesta puede ser que ambas, ¿cuál es la diferencia?
Cuando comienza la guerra de credos, la realidad se vuelve un arma en un conflicto tribal. Cuestiones aparentemente ordinarias sobre los hechos se convierten en un abismo de conflictos inconmensurables, en lugar de buscar formas de resolver las diferencias, los grupos las amplifican y utilizan para reforzar la solidaridad grupal. En lo que concierne a las creencias sagradas del grupo, las opiniones no son nunca solo opiniones, y los hechos no son nunca solo hechos, sino que son indicadores de afiliación, como los colores de un equipo.
Una forma de ver a lo que los científicos políticos llaman ‘polarización afectiva’ ─hostilidad hacia el otro partido político o grupo, en lugar de solo desacuerdo no-hostil─ es a través de un lente político: como un aumento de el partidismo extremista y una polarización política peligrosa. Esta forma de ver a este fenómeno social es totalmente válida. Pero otra forma completamente válida, es a través de un lente epistémico. Usando ese lente podemos ver algo que parece desconcertadamente como una reversión al orden epistémico Hobbesiano: una guerra entre cada una de las realidades tribales. Esas realidades compiten, pero no se conectan; no permiten resoluciones graduales racionales aterrizadas empíricamente; sino que solo terminan cuando un lado domina al otro, por lo menos políticamente, sino incluso de manera física. Cuando la capacidad de una sociedad para resolver los desacuerdos disminuye, las facciones se retraen al aislamiento de sus burbujas tribales y a la autoridad de sus líderes correspondientes. Y cuando las facciones recurren al aislamiento y a la autoridad, la misma capacidad para resolver diferencias se deteriora aún más. Como veremos, hay líderes disruptivos inteligentes entienden esta dinámica y la explotan. En una guerra de todos contra todos, los charlatanes, demagogos, y sociópatas, prosperan vagando y saqueando, como amos de la guerra en un mundo sin un estado dominante que gobierne.
Pero aquí surge una pregunta obvia. Dadas las tendencias tribales innatas de los humanos; dada nuestra facilidad natural para la hipocresía y para escoger solo las creencias que nos benefician; dados nuestros numerosos sesgos cognitivos, y nuestra necesidad de conformidad social: ¿cómo, entonces, pudimos haber creado un mundo avanzado y generalmente pacífico que ocupamos ahora? ¿Cómo es posible que una comunidad basada en la realidad, no solo existe, sino que ha ido de triunfo en triunfo? Si hay algo impactante en esta era moderna y en las democracias avanzadas, es lo raro que son las guerras de credo, no qué tan comunes. En la discusión hasta ahora, he omitido la otra mitad de la historia. El comportamiento Hobbesiano no es el único tipo de comportamiento del que somos capaces. Los humanos somos inherentemente sesgados y tribales, pero también somos capaces de ser más inteligentes que nuestros propios sesgos y tribus para pensar correctamente. Lo hacemos todo el tiempo. No estamos condenados a ser crédulos, ni fáciles de lavar el cerebro para creer cualquier cosa que nos digan. De hecho, como dice el científico de la cognición Hugo Mercier en su libro ‘No nací ayer’, la evolución nos ha ido afinando la habilidad de analizar grandes cantidades de información y rechazar lo que es incorrecto y dañino, cuando nos beneficia de algún modo; de otra manera nunca hubiéramos llegado tan lejos.
Si creemos en las teorías de conspiración generalmente es debido a que el costo personal de creer es bajo, y la recompensa es alta. Cuándo y en qué medida pensamos correctamente depende entonces, no solamente de qué tan sesgados somos como individuos, ni de cómo nos comportamos en los grupos; sino que también depende crucialmente, del diseño social del ambiente en el que nos encontramos. Para decirlo de manera abrupta: ¡la clave son las instituciones, estúpido! Así que, la pregunta más interesante no es, qué tan seguido los humanos aprehenden correctamente la realidad, o qué tan seguido se equivocan, sino cómo podemos crear un ambiente social que facilite estar en lo correcto y haga más difícil equivocarse. Algo ya ha hecho posible, no solo el derrotar al paradigma Hobessiano sino revertirlo, creando un ciclo virtuoso enlazando a más gente en una comunidad basada en la realidad, no solo en los Estados Unidos sino en todo el mundo. Algo nos permitió el superar los sesgos e impulsos, y las dinámicas de los grupos que nos engañan y distorsionan la realidad. Algo hizo posible para los humanos el aprender no solo de manera individual sino a nivel de especie. Ese algo no surgió de manera natural, por sí solo. Como la constitución, fue fundada por visionarios y nació después de una lucha intensa…
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