A continuación, comparto el segundo extracto traducido del libro La constitución del conocimiento.
Por: Jonathan Rauch
Capítulo 2. El estado natural: La verdad tribal
Parte II
Lo más importante desde el punto de vista evolutivo, no es que las creencias de las personas sean verdaderas, sino que sean creencias que tengan como resultado el éxito social. Efectivamente, lo más importante no es lo que yo creo, o lo que tú crees, sino lo que nosotros creemos. El psicólogo de la universidad de Yale, y también profesor de leyes, Dan Kahan, ha propuesto un modelo basado en lo que él llama “cognición protectora de la identidad”. Una vez que una creencia se vuelve importante para la forma en que pensamos sobre nosotros mismos, o para nuestro grupo, se vuelve muy costoso el modificarla. El dejar al grupo implica la posibilidad de perder todo tipo de apoyo de nuestros compañeros. Aún más, la mayoría de los temas en los que no estamos de acuerdo, son bastante abstractos y distantes de nuestras vidas personales. No podemos equivocarnos sobre si un oso nos persigue, o no, pero el equivocarse sobre el calentamiento global o el control de las armas, no impondrá ningún costo personal inmediato, especialmente en comparación con el intentar desafiar las creencias sagradas del grupo. Desde el punto de vista del individuo, el usar nuestro arsenal cognitivo para defender nuestras creencias más valiosas tiene sentido, aun si el sostenerlas nos resta precisión sobre la realidad. Por ejemplo, hay investigaciones que demuestran que nuestra afiliación política afecta la memoria, nuestros juicios inconscientes, e incluso nuestras percepciones. Las personas tienden a recordar más las falsedades que afirman su identidad política. Aun en el extremo más racional del espectro cognitivo, donde se llevan a cabo el análisis lógico y las matemáticas, la identidad y la ideología filtran y distorsionan nuestros pensamientos. Dan Kahan junto con otros investigadores diseñaron un experimento donde les presentaron a diferentes participantes una misma tabla de datos, para algunos era identificada como información sobre cómo las cremas pueden afectar una erupción en la piel (sin ninguna relevancia política) o cómo las leyes de portación de armas afectan el crimen (alta relevancia política). Después se les pidió que estudiaran los datos y que compartieran su opinión sobre si las cremas, o las leyes, ayudaban o perjudicaban respectivamente. Las personas que creían que estaban viendo información sobre las cremas, su interpretación no mostró ningún sesgo ideológico. Los participantes que tenían mejores conocimientos de matemáticas y estadística hicieron un mejor trabajo. Pero los participantes que creían que estaban viendo información sobre las leyes de portación de armas se dividieron según sus preferencias ideológicas. Cada grupo se equivocó según su línea ideológica, y los participantes más hábiles en las matemáticas fueron los que mostraron un sesgo mayor.
Pensémoslo de esta manera: los humanos estamos equipados con circuitos evolutivos para protegernos de cambiar de opinión cuando esto representa el alejarnos de nuestro grupo. Tenemos cientos de miles de años de práctica creyendo lo que sea que nos mantenga en una buena situación con nuestra tribu, incluso si eso significa negar, descontar, racionalizar, malinterpretar, e ignorar la evidencia frente a nuestras narices. Podemos ver este talento puesto en práctica todos los días por otros y por nosotros mismos.
Entonces ¿qué tipo de creencias son las que definen nuestra identidad? La respuesta es cualquier tipo, siempre y cuando la creencia sea importante para el grupo. La creencia puede involucrar una cuestión moral: “la vida humana empieza con la concepción, por lo tanto, el aborto es asesinato.” La creencia puede ser metafísica, mística, religiosa: “Un solo Dios existe como tres personas.” La creencia puede ser técnica o empírica, algo que en principio puede ser comprobado observando los hechos: “Los inmigrantes ilegales cometen más crímenes.” “El desempleo está aumentando.” Si la creencia tiene la función de definir el grupo y mantenerlo unido, entonces juega el rol de una creencia sagrada o religiosa. Cuando los hechos retan a estas creencias sagradas, la congregación defenderá su fe negando los hechos. El conflicto entre grupos no tiene que ser sobre nada en específico, o por lo menos no en un principio. La causa del conflicto puede ser simplemente la necesidad humana de pertenecer a un grupo, y defenderlo, y protegerlo. O la necesidad de demostrar solidaridad con los amigos, y de unirse en contra de los enemigos comunes. Una vez que las líneas tribales sean marcadas, no faltarán ideologías de donde surjan la identidad y los conflictos. Liliana Mason, una científica de la escuela de ciencias políticas en la universidad de Maryland, ha realizado investigaciones que sugieren que la identidad es una causa más fuerte de polarización política que la ideología, pero las dos son difíciles de separar. El distinguir si la identidad impulsa a la ideología o viceversa, es un problema del mismo tipo que el huevo y la gallina. Es imposible saber que es primero, el punto es que los dos se influencian mutuamente. Así que el pensamiento humano está sesgado de muchas maneras.
Pero los sesgos no son al azar, esto quiere decir que introducen distorsiones sistemáticas en nuestra forma de pensar. Muchos de ellos existen para solidificar las alianzas sociales sobre las cuales dependía la sobrevivencia de nuestros ancestros. La razón puede anular los sesgos, pero usualmente no es el caso cuando nuestro prestigio personal o identidad de grupo está en riesgo. La solidaridad grupal puede amplificar los conflictos ideológicos e incluso provocarlos. Ahora agreguemos otro elemento ¿qué sucede cuando los sesgos individuales, especialmente el sesgo de confirmación, interactúan con la dinámica del grupo que tiene que ver con el sesgo de conformidad? El resultado es el tribalismo epistémico. Nuestras creencias, nuestros razonamientos, e incluso nuestras percepciones son contagiosas, sin importar si nos guían hacia el error o a la verdad. La cognición es influenciada no solo por nuestros propios sesgos sino también por los sesgos de otros con los que nos identificamos. Como lo ha dicho el psicólogo Jonathan Haidt “nuestras mentes nos unen en equipos, nos dividen contra otros equipos, y nos ciegan a la verdad.”
Una vez más, para las condiciones en las que los humanos evolucionaron, las creencias contagiosas eran algo útil. En vez de aprender todo desde cero, adoptábamos las creencias y las tradiciones de la comunidad. La mayor parte del tiempo era una buena idea el creer lo mismo que los demás, porque nuestros ancestros tuvieron mucho tiempo para descifrarlo. De esa manera el sesgo de conformidad se convirtió en una característica de nuestro sistema operativo mental. No es necesario el decidir conscientemente seguir a los demás, solamente sucede. Steven Sloman y Philip Fernbach escribieron en su libro titulado La ilusión del Conocimiento: “La mente humana es menos como una computadora y más como un panal de abejas. Para funcionar los individuos se basan, no solo en conocimiento almacenado en nuestros propios cráneos, sino también en conocimiento almacenado en otras partes: nuestros cuerpos, el medio ambiente, y especialmente en otras personas.
Debido a que nuestro conocimiento está entrelazado con el de los demás, la comunidad moldea nuestras creencias y actitudes. Es tan difícil el rechazar una opinión compartida por nuestros iguales en el grupo, que a veces ni siquiera intentamos evaluar el mérito de dichas opiniones. Dejamos que nuestro grupo piense por nosotros.” Para decirlo de otra manera: pensamos con nuestras tribus. La cognición es frecuentemente un proceso grupal. Por decirlo así, se mueve no del ojo al cerebro y después al grupo, sino del ojo al grupo y después al cerebro. Las percepciones y creencias equivocadas son contagiosas, sean o no sinceras, porque los disidentes tienden a autocensurarse y actuar como creyentes. Así es como sociedades enteras, como la Unión Soviética, pueden ser construidas al todos fingir que creen algo que en privado saben que es falso. Después de un tiempo, en una comunidad donde están teniendo problemas para estar de acuerdo, puede ser difícil el determinar si algunas personas son sinceras o están fingiendo, o siquiera el distinguir entre las dos cosas. “Nuestra habilidad de evaluar correctamente la evidencia y formar creencias verdaderas, tiene tanto que ver con las condiciones sociales como con nuestra psicología individual.” Escribieron los filósofos de la ciencia Cailin O'Connor y James Owen Weatherall en su libro del 2019, La edad de la desinformación: como se propagan las creencias falsas. Aun cuando los individuos tratan de mantener una mente abierta y sus pensamientos centrados, el grupo puede quedar atrapado en un círculo sesgado de confirmación. Los miembros del grupo pueden pensar que están corroborando y buscando buena información, pero de hecho están repitiendo y amplificando sus mutuos malentendidos. Toda la comunidad se vuelve una cámara de ecos. “Personas que aprenden de los demás en sus redes sociales, pueden fallar en formar creencias verdaderas sobre el mundo, aun cuando hay más que suficiente evidencia disponible.” Escriben O'Connor y Weatherall. “En otras palabras, agentes individualmente racionales pueden formar grupos que no son racionales para nada.” Los círculos de confirmación pueden despegarse bastante de la realidad antes de romperse finalmente. El ciclo es difícil de detener, porque para los individuos en el grupo, el pensamiento grupal puede ser racional a pesar de estar equivocado.
Tenemos incentivos poderosos para mantenernos en buenos términos con nuestros amigos y comunidad, y los costos personales de ser rechazados son altos. Para cada uno de nosotros como individuos, tiene sentido el mantenernos en armonía con la tribu. Como antenas sensibles, monitoreamos las opiniones de nuestros líderes y pastores, de los medios de comunicación afines al grupo, y de nuestros amigos y vecinos, para detectar qué es lo que las personas como nosotros se supone que creen en un día cualquiera, y qué es lo que no creen. Y después ajustamos nuestras creencias para mantenernos sintonizados. Como individuos nos beneficiamos al preservar nuestro estatus y el sentido de la identidad. Sin embargo, como lo señala Yale Kahan, si toda la comunidad se comporta de esta manera, el efecto colectivo es devastador: la comunidad entera pierde contacto con la realidad.
Kahan llama a este problema “una tragedia epistémica comunal”, adaptando el término de los economistas para el comportamiento que es beneficioso para los individuos, pero dañino para las comunidades. En los mercados, la tragedia de los bienes comunales causa burbujas, agotamiento de los recursos, depredación ambiental, y a veces el colapso económico total. Algo análogo puede suceder con las tragedias epistémicas comunales, al convertir comunidades e incluso países en sociedades presas de los cultos de la personalidad, o de ideologías que se encuentran en una trayectoria de colisión violenta con la realidad, y sin embargo son incapaces de corregir sin autodestruirse primero. Piensen en la masacre de Jonestown en una escala pequeña, y en la Alemania Nazi o la Unión Soviética en gran escala.
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