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Estupido Libre Albedrio

La necesidad de persuadir

Updated: Aug 24



A continuación, comparto el primer extracto traducido del libro La constitución del conocimiento.

 

 

Capítulo 2. El estado natural: La verdad tribal

 

Parte I

El estado natural, argumentaba Hobbes, “es un estado de guerra de todos contra todos. En esas condiciones no hay lugar para la industria, porque los frutos son inciertos, no hay cultivo de la tierra, no hay navegación, ni materia prima importada por mar, ni construcción de grandes edificios, no hay herramientas con fuerza suficiente para mover grandes obstáculos, no hay conocimiento sobre los terrenos, no hay registro del paso del tiempo, ni artes, cartas, sociedad, y lo peor de todo, existe el peligro y miedo constante de sufrir una muerte violenta, y la vida del hombre, solitaria, pobre, repugnante, brutal, y corta.” De manera audaz, Hobbes se propuso la misión aparentemente imposible de usar su perspectiva pesimista sobre la naturaleza humana, no como un argumento para la anarquía, sino como fundamento para crear orden. El objetivo de crear la paz, decía, solo puede ser logrado por un “leviatán”, un monarca soberano envestido por la gente con un poder irrevocable para gobernarlos. Pero ¿Quién gobernaría al monarca? Esa pregunta se quedó esperando una respuesta. Algo parecido al terremoto político causado por Hobbes, sucedió también en el ámbito epistémico. Desde los tiempos de Platón, los filósofos sabían que los sentidos nos pueden engañar, y las creencias se pueden equivocar. Pero asumieron que los humanos nos inclinamos naturalmente hacia la razón y la verdad, ese era el obsequio de Dios para nuestra especie. Casi 300 años después, el filósofo escoces David Hume desafío esa suposición. En su tratado sobre la naturaleza humana, hizo una de las declaraciones más firmes y conocidas sobre el asunto: “La razón es, y debe ser, solo esclava de las pasiones, y nunca puede pretender tener otro objetivo más que el servirlas y obedecerlas.” Hume no negó la utilidad de la razón como una herramienta para pensar, pero creía que la razón era solo un navegante en el asiento del pasajero, capaz de dar sugerencias, pero no de controlar el volante, y que nuestras emociones e intuiciones morales, ocupan el asiento del conductor. En las últimas décadas, gran parte de la investigación científica le ha dado la razón a Hume.

 

¿Pero por qué surgió la capacidad superior de raciocinio en Homo Sapiens? La ciencia moderna sugiere que el raciocinio surgió de una necesidad diferente a la simple sobrevivencia: la necesidad de persuadir. Las personas originalmente vivían en tribus pequeñas. El sobrevivir dependía de asegurar un lugar dentro del grupo para uno mismo y para los hijos. El ser desterrado, abandonado, o expulsado podía ser fatal. Por el contrario, un estatus elevado facilitaba más recursos y oportunidades para aparearse. Un modo de obtener el dominio era matando o derrotando a la competencia; pero ese método invitaba a los rivales a formar alianzas y causar guerras. El don de la persuasión es de bajo costo y altas ganancias. Con ese don podemos persuadir a los demás para que nos sigan hacia donde deseamos ir, para que hagan lo que preferimos hacer, para que sean nuestros aliados, y para que provean ayuda y recursos. El ofrecer razones es un buen método para convencer a otros, así que aquellos que son buenos para dar razones pueden prosperar. Pero aquí encontramos una dificultad: esto implica que la evolución selecciona, no por la habilidad de dar razones para llegar a la verdad necesariamente, sino por la habilidad de razonar en una manera que sea persuasiva.

 

Por supuesto que, cuando se trata de cuestiones empíricas simples, los errores pueden ser letales, por ejemplo, en dónde podemos hallar agua, o en dónde se encuentra el campamento de la tribu vecina, en esos casos nuestro pensamiento es muy realista, de otra manera hubiéramos perecido. Pero cuando se trata de cuestiones más abstractas morales e intelectuales que nos preocupan y dividen, el raciocinio, según dice el psicólogo social Jonathan Haidt, es como un secretario de prensa cuyo objetivo es el justificar cualquier posición que su jefe ya tiene. “Las intuiciones vienen primero, el raciocinio estratégico llega después”, escribe Haidt.

 

Aún más, en conversaciones sobre temas que provocan fuertes reacciones morales, “a las personas les importa mucho más las apariencias que la realidad.” Les preocupa más el aparentar que tienen la razón, que tenerla. Además de ser útil para persuadir a los demás, la habilidad de razonar también es útil para persuadirnos a nosotros mismos. Después de todo el persuadir a otros es más fácil si creemos que lo que decimos es verdad. El detectar cuando una persona es digna de confianza es una habilidad básica en grupos pequeños que dependen de compartir recursos y de la reciprocidad, así que las personas han evolucionado buenos detectores de mentiras. La mejor manera de burlar esos detectores es el creer lo que dices. Y si tu reputación y tu identidad dependen de una creencia, entonces encontrarás la manera de creerla. De hecho, tu cerebro te ayudará recordando información que te ayude a reafirmar e ignorando la que no coincida. Por eso la inteligencia no es una buena defensa en contra de las creencias falsas. Al contrario, nos hace mejores para racionalizar cualquier cosa.

 

Pero la razón no se puede distorsionar de forma ilimitada, y no debemos hacerla a un lado. Después de un punto, las estrategias de racionalizar, el interés propio, y el creer todo lo que digamos se auto limitan. En el largo plazo, el persuadirnos a nosotros mismos y a otros para abandonar la realidad tiene sus propios peligros. La razón evolucionó para servir a las pasiones, pero también tiene sus propios motivos. El raciocinio persuade precisamente porque la evidencia y los argumentos tienen peso; frecuentemente, aunque no siempre, el razonamiento persuasivo también es un buen razonamiento. Cuando alguien con quien no estamos de acuerdo nos guía a través de una serie de inferencias, sentimos una disonancia interna incómoda, la cual algunas veces, pero no siempre, puede llevarnos a cuestionar alguna convicción incluso cambiar de opinión (a este proceso se le llama educar). Lo que sugiere la investigación no es que la razón nunca predomina, ni que raramente predomina, sino que no predomina de manera confiable. Aún peor, es más probable que falle cuando más la necesitamos: cuando estamos cautivados por pasiones que nublan nuestro juicio. La toma de decisiones racional, basada en un análisis cuidadoso es más probable de descomponerse cuando las opciones tienen una carga emocional fuerte. Como lo han demostrado los demagogos una y otra vez, la tendencia a reaccionar emocionalmente a los temas con una carga emocional fuerte es fácil de explotar y manipular. Por ejemplo, al resaltar olas de crímenes inexistentes. En otras palabras, cuando formamos nuestras lealtades políticas racionalizamos desde nuestras emociones e intuiciones, al mismo tiempo juramos que lo hacemos usando el raciocinio.

 

La cognición humana sufre de todo tipo de distorsiones. “Por lo menos unos cien sesgos cognitivos han sido demostrados y causan dificultades en nuestras vidas”. Dijo Ben Yagoda en la revista The Atlantic. A esta lista se puede agregar el meta-sesgo, porque una de las cosas que hacen nuestros sesgos es el cegarnos a nuestros sesgos. “Los sesgos no solo nos roban nuestra habilidad para pensar claramente, sino que también inhiben nuestra capacidad para darnos cuenta cuando no estamos pensando claramente”, dice el filósofo Lee McIntyre en su libro Post-Truth publicado en el 2018. Frecuentemente pensamos que somos los más racionales y sentimos más certeza cuando de hecho estamos más equivocados y más engañados que nunca. Las personas tienen sesgos por una razón: para los humanos primitivos, las cosas no cambiaban nada de un día para otro, y sobrevivir dependía de reacciones rápidas. Los patrones de respuesta de los humanos evolucionaron para adaptarse a su medio ambiente; nuestros cerebros están calibrados para formular conjeturas y hacer predicciones. Ese tipo de atajos cognitivos ahorra tiempo, energía, y puede salvar vidas.

 

En la sabana, donde el reaccionar inadecuadamente al peligro puede ser mortal, y donde no hay tiempo para hacer un análisis estadístico de riesgos, tiene sentido el ser guiado por respuestas emocionales a los estímulos y las amenazas; en grupos tribales pequeños, donde la sobrevivencia depende de información y protección proporcionada por otros, tiene sentido el confiar en lo que dice la gente a nuestro alrededor. Aun ahora, no tiene nada de malo el usar esta heurística, es decir, el usar atajos para tomar decisiones basados en intuiciones, juicios instantáneos, reglas de dedo, algunas aprendidas y otras evolucionadas. El usar estos atajos cognitivos es necesario para poder navegar la vida diaria en un mundo complicado.

 

Sin embargo, en un ambiente donde se requieren juicios más sofisticados, nuestros sesgos y atajos nos pueden defraudar, y pueden hacernos menos sensibles a la posibilidad de que estemos equivocados. Y es importante el enfatizar que precisamente porque nuestros sesgos e intuiciones evolucionaron para guiarnos en ciertas direcciones y alejarnos de otras, no resultan en errores aleatorios, sino que nos hacen equivocarnos en maneras predecibles, una y otra vez. Los terroristas, las agencias de publicidad y los propagandistas son psicólogos expertos, explotan estos instintos antiguos y engañan a las personas para influenciarlos.  Aun cuando sus manipulaciones son obvias, no podemos resistirlas del todo. Las personas escogerán los métodos para tomar decisiones que sean más probables de producir los resultados que desean, no los que sean mejores para estar bien informados. De acuerdo al psicólogo investigador Jonathan Haidt, el confirmar creencias partidarias produce una dosis de dopamina en el cerebro y “el partidismo extremo puede ser literalmente adictivo”. Al mismo tiempo, las personas tienen aversión a buscar, escuchar o percibir cualquier información que contradiga sus creencias. El razonamiento motivado y el sesgo de confirmación no fueran tan críticos si fueran fáciles de identificar y contrarrestar. Pero como lo hemos visto, estos mismos sesgos que distorsionan nuestra forma de pensar también se ocultan a sí mismos y nos desmotivan para intentar detectarlos y reconocerlos. El resultado es que encontrar errores en nuestro razonamiento y corregirlos, es difícil e incómodo, por las mismas razones que cometer esos errores es tan fácil y natural desde un principio. La inteligencia, como hemos visto, no es un antídoto particularmente efectivo, porque el razonamiento motivado la utiliza como arma a su favor. Algunas veces la evidencia y los argumentos funcionan; pero funcionan mejor para cuestiones que no nos preocupan mucho. Cuando un tema nos preocupa mucho, el cambiar de opinión será muy difícil. Los datos contrarios serán racionalizados y descartados, la fuente descalificada, las implicaciones rechazadas, o la veracidad negada. Las opiniones de las personas, su identidad política, y las normas grupales, todas deben ser cuestionadas y cambiadas de manera simultánea, lo cual es un proceso largo y lento, pero impresionantemente efectivo.  Una cosa que nunca funciona es el decirles a las personas que están sesgadas, o incluso demostrarles sus sesgos. Los sesgos de los demás son fáciles de ver, pero nunca los propios.

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