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La ciencia y los valores Parte 3 ─El bien, el mal y el bienestar

Updated: Sep 19, 2022




A continuación, un extracto del libro The Moral Landscape




Capítulo 2. El bien y el mal


─Extracto


Mucha gente se imagina que la teoría de la evolución implica al egoísmo como un imperativo biológico. Este malentendido ha sido muy dañino para la reputación de la ciencia. La verdad es que la cooperación entre los humanos, y los sentimientos morales correspondientes, son totalmente compatibles con la evolución biológica. La presión selectiva al nivel de los genes seguramente ha empujado a criaturas como nosotros a hacer sacrificios por nuestros parientes, por la simple razón de que podemos estar seguros de que nuestros parientes continuarán la transmisión de nuestros mismos genes. Aunque lo anterior tal vez no sea obvio solo a través de la introspección, el éxito reproductivo de tus hermanos es también, en parte, tu éxito. Este fenómeno es conocido como selección familiar o de parentesco, y no se le dio un análisis formal hasta la década de los sesenta con el trabajo de William Hamilton. Además, el trabajo del biólogo evolucionista Robert Trivers sobre el altruismo recíproco ha avanzado bastante para encontrar la explicación a la cooperación entre personas extrañas sin ningún parentesco. El modelo de Trivers incorpora muchos factores sociales y psicológicos relacionados con el altruismo y la reciprocidad incluyendo: la amistad, la agresión moral (el castigo a los tramposos), la culpa, la simpatía, y la gratitud. Como lo sugirió inicialmente Darwin, y recientemente investigado por el psicólogo Geoffrey Miller, la selección sexual pudo haber impulsado aún más el desarrollo del comportamiento moral. Debido a que la virtud moral es atractiva para ambos sexos, pudo haber funcionado como una especia de cola de pavorreal, costosa para producir y mantener, pero beneficiosa para la transmisión de los genes a final de cuentas. Evidentemente, nuestros intereses egoístas y no egoístas no siempre están en conflicto. De hecho, el bienestar de los demás, especialmente de aquellos cercanos a nosotros, es uno de nuestros intereses principales. Mientras que todavía hay mucho que entender sobre la biología de nuestros impulsos morales, la selección familiar, el altruismo recíproco, y la selección sexual, estas características ayudan a explicar cómo evolucionamos, no solo en individuos egoístas, sino también individuos sociales dispuestos a servir un interés común.


La verdad sobre nosotros se puede observar a simple vista: la mayoría estamos absortos en nuestros deseos egoístas a cada momento de nuestras vidas; la atención que ponemos a nuestro propio sufrimiento no pudiera ser más aguda, solo los gritos más desgarradores de sufrimiento ajeno llaman nuestra atención, y solo de manera fugaz. Aun así, cuando reflexionamos conscientemente en lo que deberíamos hacer: genuinamente deseamos sociedades justas; queremos que los demás también cumplan sus sueños; queremos dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos.


Las preguntas sobre el bienestar de los seres humanos son más profundas que cualquier código moral explícito. La moralidad ─en términos de contratos sociales, nociones de justicia, etc.─ es algo relativamente nuevo. Tales convenciones requieren, como mínimo, un lenguaje complejo y la voluntad de cooperar con extraños, y esto nos coloca un paso delante de una vida solitaria, brutal y corta en la naturaleza. Sin embargo, cualquier cambio biológico que sirvió para mitigar la aniquilación mutua entre nuestros ancestros caería dentro de un análisis de la moralidad como una guía para el bienestar personal y colectivo.


Para simplificar el asunto de los cambios biológicos:


1. Cambios genéticos en el cerebro dieron origen a las emociones sociales, intuiciones morales, y al lenguaje…


2. Esto permitió que se dieran comportamientos complejos de cooperación como el cumplir y mantener promesas, la preocupación por la reputación, etc.


3. Lo que se convirtió en la base de las normas culturales como las leyes, y las instituciones sociales, cuyo propósito ha sido el hacer de este sistema de cooperación algo perdurable.


Alguna versión de los tres pasos anteriores ha ocurrido, y cada paso representa una mejora innegable de nuestro bienestar personal y colectivo. Claro que siempre será posible una regresión catastrófica. Podríamos, por diseño o por negligencia, emplear los frutos arduamente logrados por la civilización, y la influencia emocional social forjada a través de milenios de evolución biológica y cultural, para llevarnos a una miseria más completa y fulminante de la que la naturaleza por sí sola nos pudo haber conferido. Imaginen una Corea del Norte global, donde la mayor parte de una humanidad hambrienta sirven como esclavos a un lunático, esto podría ser ─peor─ que un mundo lleno de humanos primitivos matándose unos a otros para sobrevivir. ¿Qué pudiera significar el calificativo ─peor─ en este contexto? Justo lo que sugieren nuestras intuiciones, más doloroso, menos satisfactorio, más propenso hacia el terror y la desesperanza, etc. Mientras nunca será posible el hacer esta comparación en la realidad, esto no quiere decir que no hay verdades experienciales para comparar. Una vez más, hay una diferencia entre respuestas en la práctica y respuestas en principio. El momento en que uno empieza a hablar sobre la moral en términos del bienestar, es fácil el discernir una jerarquía moral a través de las sociedades humanas.


Creo que entenderemos cada vez más al bien y el mal, en términos científicos, porque las preocupaciones morales se traducen a hechos sobre cómo nuestros pensamientos y comportamientos afectan el bienestar de los seres conscientes como nosotros mismos. Si existen hechos que puedan conocerse sobre el bienestar de estos seres ─y sí existen─ entonces, deben existir también respuestas acertadas y equivocadas a las preguntas morales. Los estudiantes de filosofía notarán que esto me compromete a algún tipo de realismo moral y a alguna forma de consecuencialismo. Mientras que ambos, el realismo y el consecuencialismo, han sido cuestionados con fervor en círculos filosóficos, tienen la virtud de corresponder con muchas de nuestras intuiciones sobre cómo funciona el mundo. He aquí mi punto de partida consecuencialista: todas las preguntas sobre los valores dependen de la posibilidad de experimentar esos valores. Cualquier conversación sobre los valores como algo sin consecuencias potenciales al nivel de la experiencia (felicidad, sufrimiento, alegría, desesperanza, etc.) es algo sin contenido relevante o interesante. Por lo tanto, el decir que un acto es moralmente inocente o malévolo, es hacer afirmaciones tácitas sobre sus consecuencias en las vidas de seres conscientes. Sobra decir que, si a alguien le preocupa tener contento a su Dios, entonces, asume que esta entidad invisible es cognoscente del comportamiento humano. También asume que es posible el sufrir su ira o disfrutar aprobación divina, ya sea en este mundo, o en el siguiente. Entonces, aun en las religiones, las consecuencias son el fundamento de todos los valores.


Debido a que la mayoría de las religiones conciben a la moral como un asunto de obediencia a su Dios, los preceptos religiosos frecuentemente no tienen nada que ver con maximizar el bienestar de los seres conscientes en este mundo. Por eso los creyentes pueden creer que cosas como la anticoncepción, la masturbación, la homosexualidad, etc. son inmorales, sin preocuparse de que sus creencias puedan causar sufrimiento a otras personas. Los creyentes también pueden perseguir fines evidentemente inmorales, fines que perpetúan el sufrimiento humano sin necesidad, y al mismo tiempo creer que sus acciones son obligaciones religiosas. El desacoplamiento religioso de los asuntos morales, de la realidad del sufrimiento humano, ha causado un daño tremendo.


Sin duda, existen estados y capacidades mentales que contribuyen a nuestro bienestar general (felicidad, compasión, amabilidad, etc.) al igual que estados mentales e incapacidades que lo disminuyen (crueldad, odio, terror, etc.) Por lo tanto, tiene sentido el preguntar si una acción en específico, o manera de pensar, afectará el bienestar de una persona y el de los demás, y eventualmente habrá mucho que podamos aprender sobre la biología de dichos efectos. En dónde se encuentre una persona dentro de este paisaje de posibles estados relacionados con los picos y valles del bienestar, será determinado por muchos factores de diferentes tipos ─genéticos, ambientales, sociales, cognitivos, políticos, económicos, etc. ─ y mientras nuestro entendimiento de dichas influencias tal vez nunca estará completo, sus efectos se seguirán realizando al nivel del cerebro humano. Por esta razón, el entendimiento sobre cómo funciona el cerebro será cada vez más relevante a cualquier afirmación que hagamos sobre cómo los pensamientos y las acciones afectan el bienestar de los seres humanos.


Tomen en cuenta que no mencioné a la moral en el párrafo anterior, y tal vez no sea necesario. La moralidad puede relacionarse directamente a hechos sobre el bienestar y el sufrimiento de los seres conscientes. Resulta interesante el considerar qué pasaría si decidimos ignorar a la moralidad y solamente hablamos de bienestar. ¿Cómo se vería el mundo si dejamos de hablar de el bien y el mal, y simplemente actuamos con el objetivo de maximizar el bienestar, el propio y el de los demás? ¿Perderíamos algo importante? ¿Y si en efecto perdemos algo importante, no sería por definición un asunto que afecta el bienestar de alguien?



Plática del Dr. Leonardo Medrano sobre el bienestar psicológico en el canal de YouTube TEDx Talks.



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