El fénix liberal
- Estupido Libre Albedrio

- Jul 14
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Updated: Jul 15
“A principios de la década de 1990, tanto los pensadores como los políticos aclamaron ‘el fin de la historia’, afirmando con confianza que todas las grandes cuestiones políticas y económicas del pasado se habían resuelto y que el renovado paquete liberal de democracia, derechos humanos, mercados libres y servicios de bienestar gubernamental seguía siendo el único sistema viable. Pero la historia no ha terminado, y ahora nos encontramos en el momento Trump.” Esto escribe el historiador Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo 21. Después del colapso del comunismo junto con la Unión Soviética, ingenuamente se pensó que la lucha de ideologías políticas había terminado y que el sistema liberal era el triunfador indiscutible. Pero la saga política de la humanidad continúa y el futuro parece cada vez más incierto. El momento Trump, como lo llama Yuval, es la amenaza existencial más reciente e importante para la filosofía liberal. La misma filosofía que influyó a los padres fundadores de los Estados Unidos de Norteamérica, y la que en el siglo 20 derrotó al imperialismo, al fascismo y al comunismo. “Esta vez, la historia liberal no se enfrenta a un oponente ideológico coherente. El momento Trump es mucho más nihilista.” Yuval se refiere a que el partido republicano en los Estados Unidos es ahora un movimiento radical ultranacionalista, populista, de culto a la personalidad. Que embona a la perfección con la narrativa del conservadurismo religioso, porque idolatra a un líder mesiánico-populista que explota a las masas vulnerables de baja introspección y alta instrumentalidad. Trump y sus seguidores cristianos están involucrados en una relación transaccional íntima que termina haciendo una parodia de su propia religión; se autosabotea, socava los mismos principios sobre los que pretende construir su proyecto; y desenmascara una profunda hipocresía, ignorancia, y confusión moral-intelectual. Por lo que se pudiera decir que, en esencia, es un movimiento nihilista. “Rusia ofrece un modelo alternativo, ofrece una práctica política en la que varios oligarcas monopolizan la mayor parte de la riqueza y el poder de un país, y luego utilizan su control sobre los medios de comunicación para ocultar sus actividades y consolidar su dominio.” Yuval habla del modelo oligárquico totalitario de Putin en Rusia, el cual está de moda en gran parte del mundo, sobre todo entre conservadores. En este modelo el estado tiene el control total de las historias en los medios de comunicación, y difunde libremente todo tipo de propaganda. La censura, la persecución, la represión brutal de los disidentes, son tácticas comunes e indispensables. Y todo el establecimiento del cristianismo ortodoxo ruso, no es nada más que cómplice y parapeto, para otorgar legitimidad divina al gobierno y a todas sus acciones, sin importar que tan atroces. A cambio de esto, el patriarca de Moscú y el santo sínodo gozan de enorme poder e influencia, compartiendo así los beneficios del poder absoluto y la corrupción. El liberalismo ha sobrevivido los ataques de otros “ismos” formidables. Ha sido herido de muerte y después renacido de las cenizas como ave fénix. ¿Podrá reinventarse una vez más y sobrevivir en el siglo 21? Según el reportero político y autor Tim Alberta, quien también es cristiano evangélico, en este siglo estamos siendo testigos del nacimiento de nuevas ideologías radicales que fusionan la religión con la política. El Putinismo es la versión rusa, y el Trumpismo es su equivalente en los Estados Unidos. Dice Tim: “Hay un apego casi sectario a Trump, como nunca antes hemos visto en el espacio político evangélico. Eso es un problema para los cristianos evangélicos que creen que están llamados a ser ciudadanos de un reino que no es de este mundo. Porque no se puede tener de ambas maneras, ¿verdad? No puedes, por un lado, decir: Jesús nos dice que nuestra ciudadanía está en los cielos; que debemos despojarnos de nuestras identidades terrenales y encontrar nuestra identidad completa en Cristo. Y, por otro lado, al mismo tiempo decir: Esta cultura se está desmoronando y América está en su último aliento, así que los fines justifican los medios, tenemos que hacer lo que tenemos que hacer. Eso no funciona realmente así.” Nos guste o no, la religión es y seguirá siendo una influencia poderosa en el mundo. Tal vez, el futuro dependa en gran medida de cristianos como Tim, lo suficientemente inteligentes para conocerse a sí mismos; decentes para no prostituir a su religión; y valientes para resistir los ataques de la misma comunidad religiosa que intentan educar.
A continuación, comparto el segundo extracto del libro 21 lecciones para el siglo 21.
Por: Yuval Noah Harari.
Capítulo 1
Desilusión. El fin de la historia se pospone.
Parte 2
Esta no es la primera vez que la historia liberal se enfrenta a una crisis de confianza. Desde que esta historia ganó influencia global, en la segunda mitad del siglo XIX, ha sufrido crisis periódicas. La primera era de globalización y liberalización terminó en el baño de sangre de la Primera Guerra Mundial, cuando la política del poder imperial truncó la marcha global del progreso. Luego llegó el momento Hitler, cuando, en la década de 1930 y principios de la de 1940, el fascismo pareció irresistible durante un tiempo. La victoria sobre esta amenaza no hizo más que marcar el comienzo de la siguiente. Durante el momento del Che Guevara, entre las décadas de 1950 y 1970, volvió a parecer que el liberalismo estaba agonizando y que el futuro pertenecía al comunismo. Al final fue el comunismo el que se derrumbó. Más importante aún, la historia liberal demostró ser mucho más flexible y dinámica que cualquiera de sus oponentes. Triunfó sobre el imperialismo, sobre el fascismo y sobre el comunismo adoptando algunas de sus mejores ideas y prácticas. En particular, la historia liberal aprendió del comunismo a ampliar el círculo de empatía y a valorar la igualdad junto con la libertad. Al principio, la historia liberal se preocupaba principalmente por las libertades y privilegios de los hombres europeos de clase media y parecía ciega a la difícil situación de la clase trabajadora, las mujeres, las minorías y los no occidentales. Poco a poco, sin embargo, la historia liberal amplió sus horizontes y, al menos en teoría, llegó a valorar las libertades y los derechos de todos los seres humanos sin excepción. A principios de la década de 1990, tanto los pensadores como los políticos aclamaron "el fin de la historia", afirmando con confianza que todas las grandes cuestiones políticas y económicas del pasado se habían resuelto y que el renovado paquete liberal de democracia, derechos humanos, mercados libres y servicios de bienestar gubernamental seguía siendo el único sistema viable. Este paquete parecía destinado a extenderse por todo el mundo, superar todos los obstáculos, borrar todas las fronteras nacionales y convertir a la humanidad en una comunidad global libre. Pero la historia no ha terminado, y después del momento Franz Ferdinand, el momento Hitler y el momento Che Guevara, ahora nos encontramos en el momento Trump. Esta vez, sin embargo, la historia liberal no se enfrenta a un oponente ideológico coherente como el imperialismo, el fascismo o el comunismo. El momento Trump es mucho más nihilista.Mientras que los principales movimientos del siglo XX tenían una visión para toda la especie humana -ya sea la dominación global, la revolución o la liberación-, Donald Trump no ofrece tal cosa. Todo lo contrario. Su mensaje principal es que no es el trabajo de Estados Unidos formular y promover ninguna visión global. La mayoría de las personas que votaron por Trump y el Brexit no rechazaron el paquete liberal en su totalidad, sino que perdieron la fe principalmente en su parte globalizadora. Todavía creen en la democracia, el libre mercado, los derechos humanos y la responsabilidad social, pero no tiene problema con que estas buenas ideas solo se apliquen dentro de sus fronteras. La creciente superpotencia china presenta una imagen casi espejo de este escenario. Desconfía de liberalizar su política interna, pero ha adoptado un enfoque mucho más liberal hacia el resto del mundo. Habiendo dejado el marxismo-leninismo en segundo plano, China parece bastante contenta con el orden internacional liberal. La Rusia resurgente se ve a sí misma como un rival mucho más contundente del orden liberal global, pero aunque ha reconstituido su poder militar, está ideológicamente en quiebra. Rusia sí ofrece un modelo alternativo a la democracia liberal, pero este modelo no es una ideología política coherente. Más bien, es una práctica política en la que varios oligarcas monopolizan la mayor parte de la riqueza y el poder de un país y luego utilizan su control sobre los medios de comunicación para ocultar sus actividades y consolidar su dominio.
La democracia se basa en el principio de Abraham Lincoln de que "se puede engañar a toda la gente algunas veces, y a algunas personas todo el tiempo, pero no se puede engañar a todas las personas todo el tiempo". Si un gobierno es corrupto y no logra mejorar la vida de las personas, suficientes ciudadanos eventualmente se darán cuenta de esto y reemplazarán al gobierno. Pero el control gubernamental de los medios de comunicación socava la lógica de Lincoln, porque impide que los ciudadanos se den cuenta de la verdad. A través de su monopolio sobre los medios de comunicación, una oligarquía gobernante puede culpar repetidamente de todos sus fracasos a otros y desviar la atención hacia amenazas externas, ya sean reales o imaginarias. Al fabricar un flujo interminable de crisis, una oligarquía corrupta puede prolongar su dominio indefinidamente.
Sin embargo, aunque perdurable en la práctica, este modelo oligárquico no atrae a nadie. A diferencia de otras ideologías que exponen con orgullo su visión, las oligarquías gobernantes no están orgullosas de sus prácticas, y tienden a usar otras ideologías como una cortina de humo. Así, Rusia finge ser una democracia, y su liderazgo proclama lealtad a los valores del nacionalismo ruso y el cristianismo ortodoxo en lugar de a la oligarquía. El vacío dejado por el colapso del liberalismo es tentativamente llenado por fantasías nostálgicas sobre algún pasado local grandioso. Donald Trump acompañó sus llamados al aislacionismo estadounidense con la promesa de "Hacer a Estados Unidos grande otra vez"; los partidarios del Brexit sueñan con convertir a Gran Bretaña en una potencia independiente, como si todavía vivieran en los días de la reina Victoria; las élites chinas han redescubierto sus legados imperiales y confucianos nativos como complemento o incluso sustituto de la dudosa ideología marxista; en Rusia, la visión oficial de Putin no es construir una oligarquía corrupta, sino resucitar el viejo imperio zarista. Sueños nostálgicos similares que mezclan el apego nacionalista con las tradiciones religiosas sustentan los regímenes de la India, Polonia, Turquía y muchos otros países. En ningún lugar estas fantasías son más extremas que en Oriente Medio, donde los islamistas quieren copiar el sistema establecido por el profeta Mahoma en la ciudad de Medina hace 1.400 años. Mientras que los judíos fundamentalistas en Israel superan incluso a los islamistas y sueñan con retroceder 2.500 años a los tiempos bíblicos.
A pesar de numerosas deficiencias, el paquete liberal tiene un historial mucho mejor que cualquiera de sus alternativas. La mayoría de los seres humanos nunca disfrutaron de mayor paz o prosperidad que bajo la égida del orden liberal de principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia, las enfermedades infecciosas matan a menos personas que la vejez, la hambruna mata a menos personas que la obesidad y la violencia mata a menos personas que los accidentes. Pero el liberalismo no tiene respuestas obvias a los mayores problemas a los que nos enfrentamos: el colapso ecológico y la disrupción tecnológica. El liberalismo tradicionalmente se basaba en el crecimiento económico para resolver mágicamente conflictos sociales y políticos difíciles. El liberalismo reconcilió al proletariado con la burguesía, a los fieles con los ateos, a los nativos con los inmigrantes y a los europeos con los asiáticos prometiendo a todos una porción mayor del pastel. Con un pastel en constante crecimiento, eso era posible. Sin embargo, el crecimiento económico no salvará el ecosistema global; De hecho, todo lo contrario, ya que el crecimiento económico es la causa de la crisis ecológica. Y el crecimiento económico no resolverá la disrupción tecnológica, ya que se basa en la invención de tecnologías cada vez más disruptivas.
La historia liberal y la lógica del capitalismo de libre mercado animan a la gente a tener grandes expectativas. Durante la última parte del siglo XX, cada generación—ya sea en Houston, Shanghái, Estambul o São Paulo—disfrutó de una mejor educación, atención médica superior y mayores ingresos que la anterior. En las próximas décadas, sin embargo, debido a una combinación de disrupción tecnológica y colapso ecológico, la generación más joven podría tener suerte si simplemente se mantiene en su lugar. Por lo tanto, nos queda la tarea de crear una historia actualizada para el mundo. Del mismo modo que las convulsiones de la Revolución Industrial dieron origen a las nuevas ideologías del siglo XX, es probable que las próximas revoluciones en biotecnología y tecnología de la información requieran nuevas visiones. Las próximas décadas podrían caracterizarse por un intenso examen de conciencia y por la formulación de nuevos modelos sociales y políticos. ¿Puede el liberalismo reinventarse una vez más, tal como lo hizo a raíz de las crisis de los años 30 y 60, emergiendo más atractivo que nunca? ¿Pueden la religión tradicional y el nacionalismo proporcionar las respuestas que escapan a los liberales, y utilizar la sabiduría antigua para dar forma a una visión del mundo actualizada? O tal vez ha llegado el momento de hacer una ruptura limpia con el pasado y crear una historia completamente nueva que vaya más allá no solo de los viejos dioses y naciones, sino incluso de los valores modernos fundamentales de libertad e igualdad.
En la actualidad, la humanidad está lejos de llegar a un consenso sobre estas cuestiones. Todavía estamos en el momento nihilista de la desilusión y la ira, después de que la gente ha perdido la fe en las viejas historias, pero antes de que hayan abrazado una nueva. ¿Y ahora qué? El primer paso es atenuar las profecías de fatalidad y pasar del modo de pánico al desconcierto. El pánico es una forma de arrogancia. Proviene de la sensación petulante de que uno sabe exactamente hacia dónde se dirige el mundo: hacia abajo. El desconcierto es más humilde y, por lo tanto, más lúcido. ¿Te dan ganas de correr por la calle gritando "El apocalipsis está sobre nosotros"? Trata de decirte a ti mismo: "No, no es eso. La verdad es que no entiendo lo que está pasando en el mundo".

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