A continuación, comparto el quinto extracto traducido del libro La constitución del conocimiento.
Por: Jonathan Rauch
Capítulo 3
Parte 2
Conforme se desarrollaba el movimiento de la ilustración, filósofos, políticos, y ciudadanos comunes en Europa y América del Norte se movilizaban rápidamente para construir sobre las ideas de Locke. El liberalismo político se desarrollaba orgánicamente y provocaba hechos en el campo, un proceso que pronto culminaría en un avance revolucionario en Norteamérica. En paralelo, filósofos y practicantes preparaban el terreno para la constitución del conocimiento. El filosofo escoces David Hume, escribiendo en 1740, completo la demolición escéptica de la certeza absoluta que comenzó Montaigne. En una proeza del razonamiento que se mantiene sin refutar hasta el día de hoy, demostró que ninguna predicción ni atribución causal puede nunca ser cierta, ni siquiera en principio; y que ninguna invocación causal naturalista ni sobrenatural puede nunca ser justificada racionalmente, ni siquiera en principio. Si ninguna explicación naturalista puede ser verdad más allá de la posible duda, y si las explicaciones sobrenaturales están fuera de los límites, ¿Cuál pudiera ser entonces un fundamento para el conocimiento? ¿Pero que tal si el conocimiento no requiere, o es incompatible, con la certeza? En el siglo 19, el escepticismo ─la idea de que, si la certeza es imposible, entonces el conocimiento es imposible─ fue hecha a un lado por una idea relacionada pero diferente, el falibilismo, un término acuñado por el filósofo estadounidense Charles Sanders Peirce, quien escribió, “no podemos de ninguna manera alcanzar la certeza ni la exactitud absoluta. Nunca podemos estar absolutamente seguros de nada” (al menos tratándose de hechos y afirmaciones sobre la realidad objetiva).
Pero el falibilismo contaba con una diferencia importante al escepticismo, mientras que los escépticos sostenían que la incertidumbre era ubicua y por lo tanto el conocimiento era imposible, los falibilistas sostenían que la incertidumbre es ubicua, pero que aún así el conocimiento es posible. Podemos afirmar tener conocimiento de algo, pero siempre de manera provisional, sabiendo que podríamos estar equivocados. Para el escéptico, el trabajo consiste en buscar la verdad, la cual desafortunadamente es inalcanzable. Para el falibilista, el trabajo es más bien el buscar los errores, y los errores son algo que podemos encontrar. Puede ser que nunca lleguemos a lograr la confirmación última de cualquier afirmación empírica, pero sí podemos lograr la refutación.
No importa cuántos pájaros miremos volando, no podemos afirmar después definitivamente que todos los pájaros vuelan; pero en cuanto miramos a un pájaro que no vuela, inmediatamente sabemos que no todos los pájaros vuelan. De tal manera que podemos afirmar conocimiento, si siempre tomamos en serio la idea de que podríamos estar equivocados. Correspondió al filósofo de la ciencia Karl Popper, el desempacar todas las potentes implicaciones metodológicas del falibilismo.
La ciencia, postuló Popper en su libro The Logic of Scientific Discovery, y en muchos otros libros y artículos, puede concebirse a sí misma como un método que busca la comprobación, o por lo menos verificación, pero en realidad es un método para buscar la falsificación. Es verdad que los científicos buscan la evidencia para sustentar la veracidad de sus hipótesis, pero la ciencia como sistema, opera sujetando a esas hipótesis a la crítica. Al poner a prueba las ideas experimentalmente, lógicamente, y de muchas otras formas, la ciencia elimina miles, o millones de hipótesis todos los días. La gran ventaja de la investigación científica no es que enmarca hipótesis y después trata de confirmarlas, sino que las falsifica a una escala industrial, algo que ningún otro sistema puede hacer.
Durante la mayor parte de la historia, los humanos han tenido muchas ideas, pero no una manera rápida y confiable de ponerlas a prueba. En vez de someter nuestras creencias al escrutinio, las santificamos; en vez de organizar la cultura intelectual para buscar errores, la organizamos para unificar a las tribus alrededor de dogmas. Encontrar y arreglar errores tomaba generaciones, y muchas veces requería derramar sangre, y muchos errores nunca se arreglaban. La ciencia liberal, por el contrario, separa la idea de la persona. El método crítico dijo Popper, “consiste en dejar que nuestras hipótesis mueran en lugar de nosotros.” En otras palabras, matamos a nuestras hipótesis, en lugar de matarnos entre nosotros. Ningún científico paga con su vida o con su libertad por sus errores, un hecho que los libera para cometer errores todos los días. Y esos errores, a su vez, son la materia prima del conocimiento. Inspirándose en la biología, Popper propuso lo que él y su escuela llamaban epistemología evolutiva. Las nuevas hipótesis son como las mutaciones: la mayoría fallará, pero algunas tendrán éxito y terminarán impulsando nuevas adaptaciones. Una vez que se eliminen los errores, lo que queda en pie, en un día cualquiera, es conocimiento. El basar el conocimiento no en la verificación sino en la falsificación, era una idea simple y radical. Desde la época de Sócrates, los filósofos habían buscado conocimiento en lugares exaltados: revelaciones del creador, las intuiciones de reyes filósofos sabios, el discernimiento de las cosas metafísicas, la aplicación de la razón pura.
De hecho, dijo Popper, el conocimiento en todo su esplendor, como la biosfera en toda su gloria, viene del método menos glamuroso de todos: la prueba y error.
El genio de la ciencia es la habilidad de cometer errores rápidamente y también de encontrarlos rápidamente. En el mundo real, los científicos usan la verificación como estrategia todo el tiempo. Frecuentemente persiguen y presentan evidencia que confirma su hipótesis, pero probablemente en igual frecuencia presentan y reciben evidencia que la desconfirma. Pero, ¿qué es la falsificación exactamente? Popper nunca la definió de manera precisa. En la practica se refiere a cualquier cosa que convenza a las personas de que una proposición es falsa: esta no es una definición que ayude mucho. Sin embargo, la intuición central de Popper, de que la ciencia es un sistema para buscar errores principalmente, se ha sostenido. Y su importancia se ha amplificado por el surgimiento de la epistemología en red, cuya idea principal es que la ciencia no es un proceso. La ciencia es una red social, pero de un tipo muy particular. Charles Sanders Peirce fue un filósofo estadounidense nacido en 1839, que trabajó de manera brillante para ser el pionero del falibilismo y de la escuela filosófica que después se conocería como el pragmatismo.
Tal vez su contribución más impresionante fue la de preparar el terreno para la epistemología en red, la cual conceptualiza al conocimiento científico no solo como el producto del esfuerzo individual ni siquiera del grupo, sino como una propiedad emergente de las interacciones a través de una red social. Charles fue capaz de observar que el concepto del conocimiento objetivo es inherentemente social. No es mi experiencia sino nuestra experiencia la que debe ser considerada; y el “nosotros” implícito en la palabra “nuestra” tiene posibilidades indefinidas.
Imaginen a un hombre poseído escribiendo ecuaciones y teorías en su cuarto. Tal vez sea un Einstein, o tal vez sea solo un loco escribiendo garabatos. De cualquier manera, él cree que es un genio haciendo ciencia. Pero, mientras trabaje solo, él no está haciendo ciencia ni siquiera en principio. Solo cuando otras personas miran a sus garabatos, evaluando y poniéndolos a prueba, es cuando se está haciendo ciencia. El conocimiento solo puede ser creado cuando es validado por otros. Pero ¿Cuáles otros? ¿Quién específicamente? La respuesta de Pierce es: quien sea que revise. Es decir, nadie en particular. La red social es el validador. Debemos poner a prueba nuestras afirmaciones en formas que serían satisfactorias para cualquier persona razonable, incluyendo extraños con una actitud de desinterés o escéptica. “Lo real” dijo Peirce, “es entonces aquello que, tarde o temprano, sería el resultado de la información y el razonamiento, e independiente de los caprichos de cualquier persona. Por lo tanto, el mismo origen de la concepción de la realidad demuestra que esta idea involucra esencialmente la noción de una comunidad, sin límites definidos, y capaz de un aumento definitivo en el conocimiento”.
Solo un cierto tipo de comunidad, operando bajo ciertas reglas, pueden obtener la objetividad como la define Peirce: La comunidad basada en la realidad. No es una tribu, ni culto, ni siquiera una nación, en principio, incluye a todos los que estén dispuestos a ser gobernados por sus reglas, y solo está limitada por el alcance de esas reglas. Aunque todavía no existían esos términos, Pierce estaba hablando de lo que ahora llamamos una red social.
La democracia constitucional no surgió de manera espontánea. Necesitaba organismos formales como las legislaturas y las cortes, y órganos informales como los partidos y la maquinaria política, también normas como la ley y el orden, y una transición pacifica del poder. Las economías de mercado necesitaban arreglos sociales como los derechos a la propiedad, las sociedades anónimas y corporaciones con responsabilidad limitada, y normas como los contratos y prácticas contables transparentes. Lo mismo se puede decir de lo que después se conocería como el mercado de las ideas: no se organizaba a sí mismo. Requería del trabajo de miles de practicantes, y aunque no hubo una convención constitucional, sí establecieron las convenciones de la constitución del conocimiento. En 1700, un filósofo naturalista llamado James Hutton publicó lo que llamó una nueva teoría de la Tierra. Entró en un debate que estaba lleno de conjeturas sobre cómo había comenzado el planeta, de los cuales la mayoría es basaban en historias en la biblia. Hutton planteó dos proposiciones radicales. Una fue metodológica, referente a la evidencia: insistió en que no eran necesarios los milagros, ni siquiera permitidos, para explicar los orígenes del mundo; fuerzas naturales que pueden observarse eran suficientes. La otra posición fue referente al tiempo: debido a que las fuerzas geológicas que esculpen cañones y montañas son extraordinariamente lentas, el mundo debe ser extremadamente antiguo. Para fines prácticos, el tiempo geológico podía ser considerado infinito. Estas dos proposiciones radicales de Hutton ayudaron a iniciar una guerra de credos. Una guerra metodológica: ¿Siempre es en contra de las reglas el invocar fuerzas sobrenaturales? La otra empírica: ¿Si fuerzas naturales crearon al mundo, fueron fuerzas acuáticas o volcánicas? La gente se dividió en dos equipos opuestos, el debate se polarizó y surgieron animosidades tribales, así que se formó una reacción en dirección exactamente opuesta. La generación joven enfadada con las guerras de credo, anunciaron que rechazarían la teoría por completo. En su lugar juraron que hablarían solamente de los hechos. Esta respuesta extrema hacia el empirismo resultó ser exitosa como una estrategia social: como una forma de redirigir la atención y energía hacia los argumentos que apelaban a la evidencia. En las primeras décadas del siglo 19, la nueva generación de investigadores enfocados en la evidencia apareció en Inglaterra y el continente europeo, construyendo grandes tesoros de muestras geológicas, depósitos de fósiles y diagramas estratigráficos. La fundación de la sociedad geológica de Londres en 1807 constituyó un centro social y de legitimación para una creciente comunidad de investigadores geólogos. La estrategia de construir comunidades de personas dispuestas a convencerse entre ellos, y obedecer las mismas reglas para acumular conocimiento, había funcionado. A mediados del siglo 19, la cantidad de evidencia acumulada apuntaba la escala empírica hacia fuerzas naturales volcánicas para explicar los origines geológicos. Y los dogmas intocables de tan solo una generación anterior se habían vuelto obsoletos. Aún más, la idea de que el mundo era muy antiguo ─el prerrequisito esencial para todas las ciencias naturales modernas─ era ahora ampliamente aceptada. Y lo más importante de todo es que la disputa metodológica había sido resuelta: los milagros eran inconstitucionales. Personas que antes se consideraban filósofos naturales, adoptaron un nuevo término, aun reciente, para autodenominarse: geólogos. Con esto vino una transformación de lo que había sido una preserva de pensadores especulativos y expertos de la biblia, en una red social de investigadores, cada uno con una contribución pequeña pero importante a la nueva ciencia.
El método empírico, conectado mediante una red social, había resuelto un conflicto aparentemente irreconciliable. Por el contrario, las guerras de credo habían durado siglos sin resolver nada. La nueva red social trajo nuevas ideas sin precedente sobre las fuerzas que moldean el planeta, pero también, de manera inmediata y útil trajo la paz.
Antes de Hutton, las discusiones sobre geología habían logrado muy poco avance. No porque los pensadores de la época fueran estúpidos o dogmáticos; sino porque no tenían un método sistemático de compilar y probar las ideas y acumular conocimiento. “Hasta que los científicos empezaron a construir sobre el trabajo de sus predecesores fue cuando la ciencia comenzó a existir”. Escribió el filósofo David L. Hull en 1988 en su libro La Ciencia como un Proceso.
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