Los primeros seres vivos evolucionaron aproximadamente durante tres mil millones de años sin necesidad de tener un cerebro conectado a un sistema nervioso. Se cree que los primeros cerebros aparecieron hace alrededor de seiscientos millones de años, por lo tanto, son algo reciente si los comparamos con el inicio de la vida. El proceso biológico que impulsaba a los primeros organismos acéfalos, sin-mente, para sobrevivir y florecer era la homeostasis. La selección natural se encargó de preservar a los organismos que estaban mejor conectados con este proceso y que eran los más eficientes para satisfacerlo. Esto quiere decir que existen procesos internos mucho más antiguos y poderosos que influyen de manera determinante en todas nuestras decisiones, y que son el legado evolutivo de miles de millones de años. Lo anterior es un argumento importante para contrarrestar la idea de que los humanos somos animales esencialmente racionales debido a que nuestro cerebro tiene el control y es sumamente poderoso, solo es necesario mantener la calma y reflexionar cuidadosamente nuestras decisiones. Según el psicólogo investigador Jonathan Haidt, estos procesos internos ancestrales que anteceden al cerebro son los que controlan los procesos biológicos involuntarios junto con nuestros instintos y hace una analogía muy interesante de un joven jinete dando un paseo sobre un elefante viejo y sabio. El jinete es el cerebro que actúa como una especie de agente de relaciones públicas o licenciado defensor del elefante que puede negociar con él y guiarlo, pero evidentemente, no tiene garantizado el control total del elefante que es mucho más poderoso.
A continuación, un extracto del libro The Righteous Mind escrito por Jonathan Haidt donde habla sobre la interacción del sistema nervioso con el resto del cuerpo y usa la metáfora del jinete dando un paseo sobre un elefante para ilustrarla.
Por: Jonathan Haidt
Los cerebros evalúan todo en términos de una potencial amenaza o beneficio para el individuo, y después ajustan el comportamiento para obtener más de los beneficios y menos de lo negativo. Los cerebros animales hacen tales avalúos miles de veces al día sin necesidad de razonamiento consciente con el fin de optimizar la respuesta del cerebro a la cuestión fundamental de la vida animal: ¿Acercarse o huir? En 1980 el psicólogo Robert Zajonc estaba enfadado con la creencia común de que las personas eran procesadores de información calmados, racionales que primero perciben y categorizan objetos y después reaccionan a ellos. En un destacado artículo urgió a los psicólogos a usar un modelo de procesamiento dual en el cual el afecto emocional era el primer proceso. Las emociones tienen primacía porque suceden primero y porque tienen una mayor influencia en el comportamiento. El segundo proceso─ el pensar, es una habilidad evolucionariamente más reciente que está arraigada en el lenguaje y no relacionada tan íntimamente con alguna motivación emocional. En otras palabras, el razonamiento es como un pasajero dando un paseo sobre un elefante que sería análogo a nuestras emociones. Nuestro sistema racional no está equipado para llevar la batuta, simplemente no tiene el poder de hacer que las cosas sucedan─ pero sí puede ser un consejero muy útil.
Zajonc dijo que, en teoría, el pensamiento pudiera trabajar independientemente de las emociones, pero en la práctica las reacciones afectivas son tan rápidas y fuertes que actúan como las anteojeras de un caballo: reducen el universo de alternativas disponibles para el pensamiento que viene después. El pensamiento es un sirviente atento, siempre tratando de anticipar los movimientos del elefante. Si el elefante se recarga un poco hacia la izquierda, entonces el pasajero mira hacia la izquierda y se comienza a preparar para asistir al elefante en su movimiento inminente hacia la izquierda. El pasajero pierde el interés en todo lo que se encuentra hacia la derecha. El punto es que las mentes humanas, como las mentes animales, están constantemente reaccionando intuitivamente a todo lo que perciben, y basando sus respuestas en esas reacciones. En el primer segundo de ver, escuchar, o encontrarse con una persona, el elefante ya empezó a inclinarse hacia algún lado, y esa inclinación tiene una influencia en lo que harás y pensarás después. Las intuiciones son primero.
He argumentado que el modelo de David Hume (la razón es un sirviente de las emociones) encaja mejor con los hechos que el modelo Platónico (la razón puede y debe dominar) o el modelo de Thomas Jefferson (el corazón y la cabeza son co-emperadores). Pero cuando Hume dijo que la razón es un esclavo de las pasiones, creo que fue demasiado lejos. Un esclavo nunca debe cuestionar a su amo, sin embargo, la mayoría de nosotros podemos recordar varias ocasiones en las que cuestionamos y revisamos nuestro primer juicio intuitivo. La metáfora del pasajero y el elefante funciona bien aquí. El pasajero evolucionó para servir al elefante, pero es una sociedad digna, más como un abogado sirviendo a un cliente. Un buen abogado hace lo que puede para ayudar a un cliente, pero a veces se rehúsa a sus peticiones. Tal vez porque la petición es imposible o porque es autodestructiva. El elefante es mucho más poderoso que el pasajero, pero no es un dictador absoluto.
¿Cuándo escucha el elefante a la razón? La manera principal en la que cambiamos de opinión en cuestiones de moral es interactuando con otras personas. Somos terribles para buscar evidencia que desafíe nuestras creencias, pero otras personas nos hacen este favor, de la misma manera nosotros encontramos los errores en las creencias de los demás. Cuando las discusiones son hostiles, las probabilidades de cambiar son pocas. El elefante se aleja del oponente, y el pasajero se dedica frenéticamente a refutar los argumentos. Pero si hay afecto, admiración, o el deseo de agradar a la otra persona, entonces el elefante se acerca hacia esa persona, y el pasajero se esfuerza por encontrar las verdades en los argumentos.
El elefante no cambia su dirección con frecuencia a causa de objeciones de su propio pasajero, pero es fácilmente influenciado por la sola presencia de otros elefantes amigables, o por los argumentos producidos por los pasajeros de estos elefantes amigables. En otras palabras, bajo circunstancias normales el pasajero toma sus instrucciones del elefante, tal y como los abogados toman instrucciones de sus clientes. Pero si obligas a los dos a sentarse y conversar por un momento, el elefante se abre a los consejos del pasajero y argumentos de fuentes externas.
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