El método científico fue en sus inicios una novedad cultural en un mundo donde los filósofos y las religiones eran autoridades antiguas respetadas y veneradas por la sociedad en general. El método científico era un método nuevo de producir conocimiento mediante la experimentación. Los filósofos de la época veneraban al raciocinio puro como método superior para alcanzar el conocimiento referente a las formas de un mundo ideal situado en un plano subyacente a la percepción sensorial ordinaria. Las nuevas autoridades científicas entraron de inmediato en conflicto directo con filósofos y ministros que menospreciaban cualquier conocimiento obtenido con el nuevo método con tal de conservar su prestigio. Conforme la ciencia se fue apropiando del conocimiento sobre la naturaleza, lo desmitificó y lo redefinió en conceptos físicos de un mundo material. La estrategia de las autoridades antiguas para protegerse del ascenso científico fue fortalecer los vínculos sociales, elevar aún más su estatus, y reclamar el dominio total y exclusivo del plano moral donde se daban respuesta a preguntas sobre los temas más complejos de la existencia humana. Este dominio total en el campo de la moral les otorgó una supremacía cultural completa sobre la ciencia que trataba solo con asuntos mundanos, materiales, inferiores. Sin embargo, el avance vertiginoso de la ciencia continúa hasta el día y el prestigio de autoridades morales antiguas, y sus dogmas arcaicos, experimenta una profunda crisis al enfrentar a una sociedad que cuestiona cada vez más ideologías absurdas, caprichosas, obsoletas; cada vez más lejana y extraña a la que vivieron los apóstoles. Esto ha creado un creciente vacío de autoridad moral que debe ser ocupado pronto por una nueva autoridad objetiva que nazca del estudio y de la investigación científica de todos los temas referentes al ser humano. Según el filósofo John Dewey, el estudio científico de la moral humana es una de las misiones más urgentes de la humanidad moderna. El fallar en esto podría permitir el renacimiento de autoridades pseudomoralistas, esotéricas, antitéticas a la ciencia, que se envuelven en falsos misticismos para manipular y desplegar su fundamentalismo. Una especie de renacimiento medieval ideológico con un potencial aún más perverso de lo que hemos visto hasta ahora de autoridades anacrónicas.
A continuación, un extracto del libro The Quest for Certainty
Por: John Dewey
Capítulo 3. Conflicto entre autoridades
─Extracto
Muy temprano en su historia, la ciencia moderna aseveró que la teleología de la ciencia griega era una carga estéril y perjudicial, completamente equivocada en su idea del objetivo y el método de la investigación científica. Repudió la doctrina de las formas ideales. Mientras el nuevo método científico progresaba, se hizo cada vez más evidente que el material del conocimiento no daba ninguna justificación para atribuir a los objetos de la certeza cognitiva la perfección que en la ciencia griega habían sido sus propiedades esenciales. Pensadores influenciados profundamente por la ciencia moderna a menudo dejaban de creer en la revelación divina como la autoridad suprema y se adherían a un raciocinio natural en su lugar. Cuando el ascenso jerárquico de la naturaleza hacia un plano mental y de formas ideales fue interrumpido por la convicción de que el tema de las ciencias naturales era exclusivamente físico y mecánico, surgió la oposición dualística de la materia y el espíritu, del mundo natural y el mundo de los fines éticos y benévolos. La tensión creada por la oposición y la conexión necesaria de la naturaleza y el espíritu originó todos los problemas característicos de la filosofía moderna. No podía ser francamente naturalista, ni completamente espiritual desestimando las conclusiones de la ciencia física. Debido a que el hombre era por un lado parte de la naturaleza y por otro lado miembro del reino espiritual, todos los problemas se enfocaron en esta doble naturaleza.
Antes del surgimiento de las nuevas ciencias naturales se desarrolló un método para ajustar las pretensiones del raciocinio natural y la autoridad moral por medio de la división del terreno: la doctrina de “la doble naturaleza de la verdad”. El reino de los valores éticos y morales reguladores de la conducta humana era aquel de la revelada voluntad de Dios. El órgano para su comprensión es la fe. La naturaleza es el objeto del conocimiento y con respecto a éste los reclamos de la razón son supremos. Los dos reinos están tan separados el uno del otro que no puede haber conflictos. El trabajo de Immanuel Kant puede ser recordado como una perpetuación de este método de ajuste por medio de la partición de territorios. Por supuesto, no demarcó el campo de la autoridad moral basado en la fe en la revelación divina. Sustituyó la idea de la fe basada en un raciocinio práctico. Retuvo la noción de un aislamiento de los dos reinos tan completa que no era posible una superposición y por lo tanto no había posibilidad de interferencia. Kant busco arreglar esta relación de tal manera que no solo no hubiera interferencia sino incluso un pacto de neutralidad benévola. Sin embargo, no había nada fáctico en esta concepción, en la manera en la que los dos reinos eran mutuamente excluyentes y al mismo tiempo se necesitaban el uno al otro. Por el contrario, el modo tan fantástico en que los elementos encajaban representaba para él evidencia convincente de la necesidad del esquema. Si la manera en que estos elementos encajaban tan fácilmente fue el producto de su propia confección, él mismo no tenía la menor sospecha.
El punto, que debía ser protegido a toda costa desde el lado práctico de las cosas, era que ningún material concreto y empírico debía lograr influenciar realidades morales ─ya que esto cedería a las ciencias naturales jurisdicción sobre éstas y las traería hacia el reino de la causalidad mecánica. Desde el lado cognitivo, el punto correspondiente para ser reiterado era la restricción de las ciencias naturales al mundo fenomenológico. De esta manera se podía evitar una invasión de conclusiones científicas sobre creencias éticas-religiosas.
Otra concepción más de la filosofía, de un carácter más austero, ha sido desarrollada. De acuerdo con esta visión los valores morales están irremediablemente enredados con las afecciones y los impulsos humanos, y son demasiado variables para ser el objeto de ningún tipo de conocimiento seguro ─o nada más que el objeto de opiniones y conjeturas. El gran error de la filosofía histórica ha sido el admitir valores de cualquier tipo dentro del recinto de la ciencia perfecta. A la filosofía solo le conciernen proposiciones que sean verdaderas en cualquier mundo posible, existencialmente real o no. Las proposiciones sobre el bien y el mal son demasiado dependientes de una forma especial de existencia, la existencia humana con sus rasgos particulares, para encontrarles un lugar en el esquema de la ciencia. Las únicas proposiciones que corresponden a una especificación de universalidad pura son lógicas y matemáticas. Estas, debido a su naturaleza, trascienden a la existencia y se aplican en cualquier plano concebible. Esta visión de la filosofía ha sido objetada por su limitación arbitraria del campo de acción. Pero pudiéramos cuestionar si esto no es el resultado de la histórica variedad filosófica que identifica como el tema a cualquier asunto capaz de tomar la forma de certitud pura. Los valores morales están tan íntimamente conectados con las afecciones, los esfuerzos y las decisiones humanas, que pudiera postularse que los intentos apologéticos en la historia de la filosofía están conectados con el intento de combinar una teoría de los valores que tienen autoridad moral con una teoría última del ser. Un estudio moderado de estas filosofías es suficiente para evidenciar que su interés ha sido justificar valores tomados de las religiones contemporáneas. Han usado el concepto de valores universales e intrínsecos para cubrir aquellos que, sino parroquiales, son por lo menos el resultado de condiciones sociales de los tiempos.
Continua vigente el problema de mayor importancia humana posible. ¿Cuál es el peso de nuestro conocimiento existencial en un momento dado, el conocimiento más confiable proporcionado por la investigación científica, sobre nuestros juicios y creencias de los fines y los medios que deben dirigir nuestras conductas?
Esta situación señala desafortunadamente hacia una confusión intelectual, prácticamente un caos, con respecta al criterio y los principios que se emplean para enmarcar juicios y alcanzar conclusiones sobre las cosas de mayor importancia. Significa la ausencia de una autoridad intelectual. Las viejas creencias se han disuelto en lo que refiere al control operacional definitivo del criticismo y a la formación de planes y políticas, ideales y fines que funcionen. Y no hay nada más que tome su lugar. Al decir autoridad no quiero decir una doctrina fija de ideales para resolver problemas mecánicos que surjan. Sino a un método congruente con la investigación científica; métodos a usarse para dirigir el criticismo y a formar los fines y los propósitos que dicten las acciones. Hemos obtenido aceleradamente en los últimos siglos creencias sólidas sobre el mundo en el que vivimos, hemos descubierto muchas características asombrosas sobre la vida y el hombre. Por otro lado, el hombre tiene deseos y afecciones, esperanzas y miedos, propósitos e intenciones que influencian las acciones más importantes llevadas a cabo. Estas necesitan una guía intelectual. ¿Por qué la filosofía moderna ha contribuido tan poco para la integración de nuestros conocimientos sobre el mundo y la dirección inteligente de nuestras acciones?
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