La antigua perspectiva antropocéntrica del mundo donde todo gira alrededor del ser humano nunca ha producido buenas explicaciones. Nos hemos alejado de ella y como resultado ahora sabemos que no somos el centro del universo y que estamos hechos de los mismos ingredientes que las rocas y las estrellas. En la edad contemporánea vivimos una era moderna de progreso acelerado donde sabemos esto y muchas cosas más. Sin embargo, la modernidad ha generado una nueva perspectiva radical: no hay nada importante sobre los humanos en el esquema cósmico de las cosas porque no somos nada más que escoria química en la superficie de un planeta común en una galaxia común. Incluso otra idea radical popular es la metáfora donde la biosfera es análoga a una nave espacial generacional y todos los seres humanos somos sus pasajeros. La nave espacial está equipada con un sistema que es capaz de sustentar la vida, siempre y cuando los pasajeros no abusen y la destruyan. Ambas ideas se oponen a la arrogancia del ser humano que se cree importante en el universo y aspira a controlar todo con la ciencia. Ambas ideas están equivocadas. En realidad, la biosfera no sustenta la vida ni conserva especies; la biosfera es notoriamente cruel y la historia de la evolución involucra eventos de extinción masiva de especies completas ─aún millones de años antes de la especie humana y su arrogancia egocéntrica. Desde un principio fue el conocimiento y las buenas explicaciones lo que hizo el planeta habitable, y cualquier sistema en existencia que soporte la vida puede ser atribuido a los avances tecnológicos resultado de la creación de nuevo conocimiento. Es precisamente esa adaptación particular del Homo sapiens, que le permite crear buenas explicaciones que son útiles, lo que le otorga relevancia cósmica ya que el único otro proceso conocido en el universo que crea conocimiento es la evolución. En teoría, el único límite real para el nivel de control que el ser humano puede alcanzar sobre el universo es su conocimiento sobre las leyes fundamentales que lo gobiernan. Por lo tanto, el ser humano es relevante en el esquema cósmico y el conocimiento sustenta la vida, no la biosfera.
A continuación un extracto del del libro “The Beginning of Infinity” donde el autor explica por qué el medio ambiente por sí solo no sustenta al ser humano y por qué el ser humano tiene relevancia cósmica.
Por: David Deutsch
Capítulo 3. The Spark
─Extracto
La mayoría de los relatos antiguos sobre la realidad más allá de nuestras experiencias cotidianas no solo eran falsas, sino que también tenían una característica radicalmente diferente a las teorías modernas: eran antropocéntricas. Es decir, se centraban en los seres humanos, más generalmente en entidades con intenciones y pensamientos similares a los humanos que podían ser espíritus o dioses con poderes sobrenaturales. Pero el enfoque antropocéntrico nunca produjo buenas explicaciones en lo que se refiere al mundo físico en general. Ahora sabemos que no somos el centro del universo. La ciencia descubrió nuevas formas de explicar a través de conceptos tan impersonales como las reacciones químicas, los genes y la evolución. Así que ahora sabemos que los seres vivos, incluyendo los humanos, contienen los mismos ingredientes que las rocas y las estrellas, obedecen las mismas leyes, y no fueron diseñados por nadie. Tan fructífero ha sido este abandono de las teorías antropocéntricas que ha sido elevado al estatus de principio universal, a veces llamado el principio de la mediocridad: no hay nada importante sobre los humanos en el esquema cósmico de las cosas. Como lo puso el físico Stephen Hawking, los humanos son solo escoria química en la superficie de un planeta típico que orbita alrededor de una estrella típica en las afueras de una galaxia típica.
Otra idea influyente sobre la condición humana es la nave espacial llamada Tierra. Imaginen una nave espacial generacional llamada Tierra (una nave en un viaje tan largo, que generaciones de pasajeros vivirán sus vidas en tránsito). En esta idea la nave espacial es una metáfora de la biosfera. Los pasajeros representan a todos los humanos en el planeta. Fuera de la nave, el universo es implacable y hostil, pero el interior es un sistema de soporte vital complejo capaz de proveer todo lo que necesitan los pasajeros para prosperar. Así como el sistema vital de una nave espacial está diseñado para sostener la vida de los pasajeros, así también la biosfera parece haber sido diseñada para sostenernos (dice la metáfora). Pero su capacidad es finita, se dañará si la sobrecargamos, ya sea por la proliferación desmedida de los pasajeros, o adoptando estilos de vida muy diferentes a los que está diseñada para sustentar. Y si arruinamos nuestra nave no tendremos una segunda oportunidad.
La metáfora de la nave espacial y el principio de la mediocridad han ganado aceptación entre muchas personas incluidas las de mente científica. Esto a pesar de que ambas ideas argumentan en direcciones opuestas. El principio de mediocridad enfatiza lo insignificante que es la Tierra y su "escoria química" comparados con el universo, mientras que la metáfora de la nave espacial enfatiza lo opuesto. Pero cuando la filosofía de las dos ideas es interpretada de una manera más amplia, pueden converger fácilmente. Las dos se consideran a sí mismas como una corrección a conceptos erróneos, específicamente a la idea de que nuestra experiencia en la Tierra es representativa del universo, y que la Tierra es vasta, fija y permanente. Al contrario, estas ideas hacen énfasis en que la Tierra es pequeña y efímera. Las dos se oponen a la arrogancia, el principio de la mediocridad se opone a la arrogancia antropocéntrica primitiva que considera al humano importante en el mundo; la metáfora de la nave espacial se opone a la arrogancia de la ciencia que aspira a controlar el mundo. Las dos ideas tienen un componente moral: no debemos considerarnos importantes en el mundo; no debemos esperar que el mundo se someta indefinidamente a nuestra depredación. Por lo tanto, las dos ideas generan un marco conceptual completo que puede informar una forma de ver el mundo. Sin embargo, las dos ideas son falsas.
Consideremos primero la metáfora de la nave espacial llamada Tierra. Si mañana las condiciones físicas en la superficie de la tierra llegaran a cambiar, aunque sea un poco, ningún humano podría vivir aquí sin protección adecuada, de igual manera que no podrían sobrevivir en una nave espacial cuyo sistema de soporte para la vida se hubiera descompuesto. Casi toda la biosfera de la tierra en su estado primordial era igualmente incapaz de mantener vivos a los humanos por mucho tiempo sin protección adecuada. Sería mucho más acertado llamarla una trampa mortal para humanos en lugar de un sistema de soporte para la vida. El África del Este, donde evolucionó nuestra especie, era una zona apenas habitable. No había agua potable, equipo médico, ni casas cómodas, estaba infestada de depredadores, parásitos, y microorganismos infecciosos. Esta biosfera frecuentemente hería, envenenaba, ahogaba, enfermaba y hambreaba a sus “pasajeros”, y la mayoría morían como resultado. Era igualmente dura con todos los demás organismos que vivían ahí, pocos individuos vivían cómodamente o morían de viejos en la supuesta biosfera benévola. Esto no es ningún accidente, la mayoría de las especies en el planeta viven a punto del desastre y de la muerte. Debe ser de esta manera, porque tan pronto como algún grupo empieza a tener una vida más fácil sus números aumentan y los recursos se agotan. La biosfera solo logra estabilidad cuando daña, inhabilita y mata individuos de manera constante. De ahí que la famosa metáfora de la nave espacial es algo perversa.
Cuando los humanos diseñan un sistema de soporte vital, lo hacen para que proporcione el máximo confort posible, seguridad y longevidad para sus usuarios de acuerdo con los recursos disponibles; la biosfera no tiene tales prioridades. Ni es la biosfera un gran conservador de especies. Además de ser notoriamente cruel hacia los individuos, la evolución involucra extinciones continuas de especies enteras. El ritmo promedio de extinciones desde el comienzo de la vida en el planeta ha sido de alrededor de diez especies al año (aproximadamente), siendo mucho más alto durante los periodos relativamente breves que los paleontólogos llaman “eventos de extinción masiva”. El ritmo al que nuevas especies han aparecido ha excedido en balance ligeramente al ritmo de extinción, y el efecto neto es que la gran mayoría de las especies que han existido en el planeta están ahora extintas (tal vez el 99.9% de ellas). Evidencia genética sugiere que nuestra propia especie escapó por poco la extinción al menos en una ocasión.
Hoy en día, casi todo el sistema de soporte vital para los humanos ha sido suministrado por nuestra habilidad para crear conocimiento nuevo. La tierra sí suministra los materiales para nuestra supervivencia ─así como el sol provee la energía solar, y las supernovas proveen los elementos, y demás. Pero un montón de materiales no es lo mismo que un sistema de soporte para la vida. Se necesita conocimiento para convertir una cosa en la otra, y la evolución biológica no nos otorga suficiente conocimiento para sobrevivir, no se diga para prosperar. La biosfera no nos proporciona un sistema de soporte de la misma manera que no nos proporciona telescopios. De esta manera la biosfera es incapaz de sostener a la vida humana. Desde un principio fue el conocimiento humano el que hizo al planeta marginalmente habitable para los humanos, y la capacidad de nuestros sistemas de soporte vital desde entonces puede ser atribuido a la creación de nuevo conocimiento. En el sentido que estamos en una nave espacial, nunca hemos sido solamente pasajeros, ni su cuadrilla de mantenimiento; somos los diseñadores y constructores. Antes de los diseños creados por los humanos, la biosfera no era ni siquiera un vehículo, sino solo un montón de materiales.
La metáfora de los pasajeros en una nave espacial llamada Tierra es un concepto erróneo también en otro sentido. Implica que hubo un tiempo cuando los humanos vivieron sin problemas, cuando se les proveyó, como pasajeros, sin tener que ellos mismos resolver un torrente de problemas para sobrevivir y prosperar. Sin embargo, de hecho, aun con el beneficio de su conocimiento cultural, nuestros ancestros enfrentaban problemas constantemente, como el de donde vendría su próximo alimento, y típicamente, lograban apenas resolver estos problemas o morían. La moral de la metáfora es por lo tanto paradójica. Califica a los humanos como ingratos por supuestos obsequios que, en realidad, nunca recibieron. Y coloca a todas las demás especies en un rol moral positivo en el sistema de soporte vital de la nave espacial llamada Tierra, donde los humanos son los únicos actores negativos. Pero los humanos son parte de la biosfera, y su comportamiento supuestamente inmoral es lo mismo que hacen todas las demás especies cuando les va bien ─excepto que los humanos son los únicos que intentan mitigar el efecto sobre sus descendientes y otras especies. En el fondo, el principio de la mediocridad y la metáfora de la nave espacial convergen en sus conclusiones sobre el alcance humano: ambas ideas dicen que el alcance del ser humano ─es decir, su manera de resolver problemas, crear conocimiento, y la adaptación de su entorno ─tiene límites. Y alegan que esos límites no pueden estar mucho más lejos de las condiciones actuales. El intentar ir mucho más lejos llevará al fracaso y la catástrofe.
Desde la ilustración, el progreso tecnológico ha dependido específicamente de la creación de conocimiento explicativo. Esta conexión cada vez más íntima y fundamental entre explicar el mundo y controlarlo, no es ningún accidente, sino parte de la estructura subyacente del mundo. Esta conexión es también la razón por la cual el alcance de las adaptaciones humanas es diferente a todas las demás adaptaciones en la biosfera creadas por la evolución. La habilidad de crear y usar conocimiento explicativo le da el poder al ser humano de transformar la naturaleza, la cual solo está limitada por leyes universales, y no por ningún otro factor local. Esta es la importancia cósmica del conocimiento explicativo, y por lo tanto de las personas, que se pueden definir como entes capaces de crear conocimiento explicativo para transformar la naturaleza. Todo lo que no prohíban las leyes universales se puede alcanzar dado el conocimiento correcto.
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