“El pensar en Dios en un sentido riguroso no es una tarea sencilla. Se resiste a revelarse de manera explícita en las operaciones del mundo. Las personas pueden sentir que tienen una experiencia personal, interna, de lo divino ─pero esa no es el tipo de evidencia que pueda convencer a nadie más que a ellos mismos. Una de las partes más importantes de las ontologías personales es el hecho de, si incluye a un Dios, o no. Así que, difícil o no, el decidir como pensar sobre Dios es algo que simplemente debemos hacer. Recuerden que hay dos partes en el razonamiento Bayesiano: el empezar con convicciones iniciales antes de recibir ninguna evidencia, y después figurar las probabilidades de obtener cierto tipo de información bajo las diferentes proposiciones en competencia. Cuando se trata de Dios, ambas partes son sumamente problemáticas. Pero no tenemos opción. Para mantener las cosas simples, dividamos todas las posibles ideas en solo dos proposiciones: teísmo (Dios existe) y ateísmo (Dios no existe) ¿Cuáles deberían ser nuestras convicciones iniciales para el teísmo o el ateísmo? Vamos a decir que es un empate. Cada uno puede empezar con las convicciones iniciales que deseen (como ya lo hemos dicho) pero para los propósitos de esta discusión, imaginemos que el nivel de las convicciones iniciales es el mismo. Entonces todo el trabajo pesado lo harán las probabilidades ─es decir, qué tan bien explican, cada una de las teorías, el mundo que vemos en realidad. Aquí es donde las cosas se ponen interesantes. Lo que debemos hacer es imaginar cómo se debería ver el mundo de acuerdo con las dos posibilidades, y después compararlo con la realidad. Esto es algo muy difícil. Ni el teísmo, ni tampoco el ateísmo, por sí solos, proveen un marco específico que podamos usar para hacer muy buenas predicciones. Por ejemplo, el problema de la maldad en el mundo. ¿Por qué razón Dios permite que exista la maldad en el mundo? Una respuesta muy común se basa en el libre albedrío: tal vez para Dios, sea más importante que los humanos tengan la libertad de escoger de acuerdo con su propia volición que obligarlos a ser buenos de manera uniforme. Sin embargo, nuestro trabajo no es simplemente el reconciliar la información (la existencia del mal) con la teoría (el teísmo). Sino también el preguntar cómo la información afecta a nuestras convicciones sobre ambas teorías. Así que, imaginemos un mundo muy parecido al nuestro, excepto que en ese mundo imaginario no existe la maldad. Las personas en este mundo son como nosotros, y tienen la libertad de tomar sus propias decisiones, solo que siempre escogen hacer el bien. En este mundo la información relevante es la ausencia del mal. ¿Cómo se puede explicar esto bajo la teoría del teísmo? Es difícil el dudar que la ausencia del mal sería considerada como evidencia muy fuerte a favor de la existencia de Dios. Si la humanidad simplemente evolucionó de acuerdo con la selección natural, sin ninguna guía o interferencia divina, entonces la herencia de una amplia variedad de impulsos naturales era de esperarse ─algunos impulsos buenos y otros no tan buenos. La ausencia del mal en este mundo sería difícil de explicar bajo la perspectiva del ateísmo, pero relativamente fácil bajo el teísmo, así que contaría como evidencia a favor de la existencia de Dios. Pero, si lo anterior es cierto, entonces el hecho de que sí vemos maldad en el mundo es evidencia en contra de la existencia de Dios. Si la probabilidad de cero maldades es más grande bajo el teísmo, entonces la probabilidad de observar maldad es más grande bajo el ateísmo. De esta manera, la existencia del mal aumenta nuestra convicción de que el ateísmo es correcto. Una vez que lo planteamos de este modo es fácil enlistar varios rasgos de nuestro universo que se pueden considerar como evidencia a favor del ateísmo. Imaginen un mundo donde los milagros suceden con frecuencia. Imaginen un mundo donde todas las religiones produjeron, independientemente, las mismas doctrinas y la misma historia sobre Dios. Imaginen un mundo donde los textos religiosos proveen información científica específica y verdadera. Imaginen un mundo donde las almas de los difuntos visitan con frecuencia el mundo de los vivos para compartir historias sobre la vida en el cielo. Imaginen un mundo perfectamente justo, en donde la felicidad de las personas fuera directamente proporcional a sus virtudes. En cada uno de esos mundos, los buscadores cuidadosos de la verdad ontológica tomarían esos aspectos de la realidad como evidencia indiscutible a favor de la existencia de Dios. Por lo tanto, la ausencia de esos mismos aspectos en nuestra realidad es evidencia a favor del ateísmo. De igual manera existen algunas características en el mundo que se pueden contar como evidencia a favor del teísmo. Imaginen un mundo donde a nadie se le hubiera ocurrido jamás la idea de Dios. Dada nuestra definición de teísmo, ese es un mundo muy poco probable, si es que Dios existe. Así que es razonable el decir que el simple hecho de que las personas piensan en Dios cuenta como evidencia a su favor. Los humanos somos seres falibles, finitos, sesgados. Lo único que podemos hacer es reconocer nuestros sesgos, tratar de corregirlos lo mejor que podamos, y tenerlos en mente mientras intentamos evaluar la evidencia de manera objetiva. Eso es todo lo que podemos hacer desde nuestro pequeño rincón en el cosmos.” (Sean Carroll, 2016)
A continuación, un extracto del libro The Big Picture
Por: Sean Carroll
Capítulo 18. La abducción de Dios
Todos sabemos que Nietzche proclamó la muerte de Dios. Es una de las pocas frases en la historia de la filosofía que puedes comprar impresa en una camiseta y calcomanías. Muchas personas asumen que Nietzche estaba celebrando el supuesto fin de Dios, lo cual no es correcto. Aunque no lo estaba negando, ciertamente estaba preocupado por las consecuencias. El famoso dicho aparece en una parábola titulada El demente, donde el personaje principal corre gritando por un mercado lleno de personas no creyentes. El demente saltó en medio de ellos y les dijo: “¿Dónde está Dios? Yo se los diré. Lo hemos matado ─tú y yo…¿No nos roza el soplo del vacío? ¿No hace más frío ahora que antes? ¿No nos acecha la noche continuamente? ¿No es preciso ahora encender las linternas en plena mañana? ¿No escuchamos aún el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No olemos nada todavía de la descomposición divina? Los Dioses también se descomponen. Dios ha muerto. Dios permanece muerto. Y nosotros lo hemos matado.” Ni Nietzche ni su demente ficticio están contentos con la muerte de Dios; si acaso, están intentando despertar a las personas a lo que significa realmente. Empezando en el siglo 19, un número cada vez más grande de personas empezaron a darse cuenta de que las certezas confortantes del viejo orden empezaban a derrumbarse. Mientras la ciencia desarrollaba una visión unificada de la naturaleza que existe y evoluciona sin ninguna ayuda externa, muchos aplaudieron los triunfos del conocimiento humano. Otros vieron un lado oscuro de la nueva era. La ciencia nos puede ayudar a vivir más tiempo, o viajar a la Luna. Pero ¿puede decirnos que tipo de vida debemos llevar, o explicar el asombro que sentimos cuando contemplamos el cielo? ¿Qué sucede con el significado y el propósito de las cosas cuando no podemos confiar en ningún Dios para suministrarlo? El pensar en Dios en un sentido riguroso no es una tarea sencilla. Se resiste a revelarse de manera explícita en las operaciones del mundo. Podemos debatir sobre la legitimidad de los milagros reportados, pero la mayoría estamos de acuerdo en que son muy raros en el mejor de los casos. Las personas pueden sentir que tienen una experiencia personal, interna, de lo divino ─pero esa no es el tipo de evidencia que pueda convencer a nadie más que a ellos mismos. Por otro lado, las personas no están de acuerdo cuando se trata de Dios. Para algunas personas, Dios es una persona ─un ser omnisciente, omnipotente, omnibenévolo, que creó el universo y se preocupa profundamente sobre el destino de todos los seres humanos, individual y colectivamente. Otros prefieren a un Dios más abstracto, como algo más cercano a una idea explicativa que tiene un rol importante en la historia del mundo. Lo que todas las personas que creen en Dios tienen en común es que todas piensan que Dios es absolutamente importante. Una de las partes más importantes de las ontologías personales es el hecho de, si incluye a un Dios, o no. Así que, difícil o no, el decidir como pensar sobre Dios es algo que simplemente debemos hacer. Recuerden que hay dos partes en el razonamiento Bayesiano: el empezar con convicciones iniciales antes de recibir ninguna evidencia, y después figurar las probabilidades de obtener cierto tipo de información bajo las diferentes proposiciones en competencia. Cuando se trata de Dios, ambas partes son sumamente problemáticas. Pero no tenemos opción. Para mantener las cosas simples, dividamos todas las posibles ideas en solo dos proposiciones: teísmo (Dios existe) y ateísmo (Dios no existe). Puede haber varias ideas que no encajan completamente en esos dos moldes, pero solo queremos ilustrar un principio en general. También para cuestiones de simplicidad, imaginemos que hablamos de la idea del Dios antropomorfo, es decir, un ser con una forma humana pero enormemente poderoso, que además está interesado en las vidas de todos los humanos. ¿Cuáles deberían ser nuestras convicciones iniciales para el teísmo o el ateísmo? Podríamos argumentar que el ateísmo es más simple: Tiene una categoría conceptual menos que explicar que el teísmo (el plano donde solo Dios existe). Las teorías simples son buenas, así que esto sugiere que nuestras convicciones iniciales para el ateísmo deben de ser mas altas. Por otro lado, aun cuando Dios tiene su propia categoría separada del mundo físico, tenemos la esperanza de usar esa hipótesis para explicar características del mundo. El poder explicativo es algo bueno, eso pudiera ser un argumento a favor del teísmo. Vamos a decir que es un empate. Cada uno puede empezar con las convicciones iniciales que deseen (como ya lo hemos dicho) pero para los propósitos de esta discusión, imaginemos que el nivel de las convicciones iniciales para el teísmo y el ateísmo son las mismas. Entonces todo el trabajo pesado lo harán las probabilidades ─es decir, qué tan bien explican, cada una de las teorías, el mundo que vemos en realidad. Aquí es donde las cosas se ponen interesantes. Lo que debemos hacer es imaginar cómo se debería ver el mundo de acuerdo con las dos posibilidades, y después compararlo con la realidad. Esto es algo muy difícil. Ni el teísmo, ni tampoco el ateísmo, por sí solos, proveen un marco específico que podamos usar para hacer muy buenas predicciones. Podemos imaginarnos varios posibles universos que sean compatibles con cada una de las ideas, aunque nuestras consideraciones estarán contaminadas por el hecho de que sí conocemos bastante cosas sobre el mundo real. Ese será un sesgo considerable para intentar superar. Por ejemplo, el problema de la maldad en el mundo. ¿Por qué razón un Dios omnipotente y benevolente, que en teoría puede simplemente hacer que todos los humanos sean buenos, permite que exista la maldad en el mundo? Hay muchas respuestas posibles a esta pregunta. Una muy común se basa en el libre albedrío: tal vez para Dios, sea más importante que los humanos tengan la libertad de escoger de acuerdo con su propia volición que obligarlos a ser buenos de manera uniforme. Sin embargo, nuestro trabajo no es simplemente el reconciliar la información (la existencia del mal) con la teoría (el teísmo). Sino también el preguntar cómo la información afecta a nuestras convicciones sobre ambas teorías. Así que, imaginemos un mundo muy parecido al nuestro, excepto que en ese mundo imaginario no existe la maldad. Las personas en este mundo son como nosotros, y tienen la libertad de tomar sus propias decisiones, solo que siempre escogen hacer el bien. En este mundo la información relevante es la ausencia del mal. ¿Cómo se puede explicar esto bajo la teoría del teísmo? Es difícil el dudar que la ausencia del mal sería considerada como evidencia muy fuerte a favor de la existencia de Dios. Si la humanidad simplemente evolucionó de acuerdo con la selección natural, sin ninguna guía o interferencia divina, entonces la herencia de una amplia variedad de impulsos naturales era de esperarse ─algunos impulsos buenos y otros no tan buenos. La ausencia del mal en el mundo sería difícil de explicar bajo la perspectiva del ateísmo, pero relativamente fácil bajo el teísmo, así que contaría como evidencia a favor de la existencia de Dios. Pero, si lo anterior es cierto, entonces el hecho de que sí vemos maldad en el mundo es evidencia sin ambigüedad en contra de la existencia de Dios. Si la probabilidad de cero maldades es más grande bajo el teísmo, entonces la probabilidad de observar maldad es más grande bajo el ateísmo. De esta manera, la existencia del mal aumenta nuestra convicción de que el ateísmo es correcto. Una vez que lo planteamos de este modo es fácil enlistar varios rasgos de nuestro universo que se pueden considerar como evidencia a favor del ateísmo. Imaginen un mundo donde los milagros suceden con frecuencia, en lugar de raramente o nunca. Imaginen un mundo donde todas las tradiciones religiosas del mundo produjeron, de manera independiente, las mismas doctrinas y la misma historia sobre Dios. Imaginen un universo relativamente pequeño, conformado solo por el Sol, la Luna y la Tierra, ninguna otra estrella ni galaxias. Imaginen un mundo donde los textos religiosos proveen información científica específica, verdadera e inconfundible. Imaginen un mundo donde los humanos estuvieran completamente separados del resto de la historia biológica. Imaginen un mundo donde las almas de los difuntos visitan con frecuencia el mundo de los vivos para interactuar y compartir historias sobre cómo es la vida en el cielo. Imaginen un mundo libre de sufrimiento aleatorio. Imaginen un mundo perfectamente justo, en donde la felicidad de las personas fuera directamente proporcional a sus virtudes. En cada uno de esos mundos, los buscadores cuidadosos de la verdad ontológica tomarían esos aspectos de la realidad como evidencia indiscutible a favor de la existencia de Dios. Por lo tanto, la ausencia de esos mismos aspectos en nuestra realidad es evidencia a favor del ateísmo. Qué tan fuerte es esta evidencia es una pregunta diferente. Podríamos intentar cuantificar un efecto global, pero nos enfrentamos con un obstáculo importante: el teísmo no está bien definido. Ha habido muchos intentos como “Dios es el ser más perfecto que se pueda concebir” o “Dios es la base de toda la existencia, la condición universal de la posibilidad”. Estas frases aparentan ser claras y sin ambigüedades, pero no nos ayudan a establecer ninguna probabilidad precisa de algo. Por ejemplo, ¿Cuál es la probabilidad de que Dios, si existe, nos daría instrucciones claras sobre como encontrar su gracia a las personas de todos los tiempos y todas las religiones? Aun cuando alguien puede decir que la noción de Dios está bien definida, la conexión entre ese concepto y la realidad del mundo no tiene claridad. Alguien puede intentar evadir ese problema al negar que el teísmo hace predicciones del todo sobre cómo debería mirarse el mundo ─porque la escencia de Dios es misteriosa e impenetrable por nuestras mentes─ Eso no resuelve el problema, porque mientras que el ateísmo sí haga predicciones, la evidencia puede acumularse de cualquier manera, a favor o en contra. Sin embargo, la idea de que Dios opera de forma misteriosa e indescifrable sí ayuda a los creyentes, pero tiene un costo muy alto. Si una ontología es capaz de predecir casi nada en el mundo real, entonces también explica casi nada, y por lo tanto no hay razón para creer en ella. De igual manera existen algunas características en el mundo que se pueden contar como evidencia a favor de teísmo. Imaginen un mundo donde a nadie se le hubiera ocurrido jamás la idea de Dios. Dada nuestra definición de teísmo, ese es un mundo muy poco probable, si es que Dios existe. Sería una pena hacer todo el trabajo de la creación y después no decirnos nada a los humanos. Así que es razonable el decir que el simple hecho de que las personas piensan en Dios cuenta como evidencia a su favor. Hay otros ejemplos más firmes. Imaginen un mundo con materia física, pero en donde la vida nunca se originó. O un universo con vida, pero sin conciencia. O un universo con seres conscientes, pero seres que no encuentran ninguna alegría ni significado en su existencia. Mi objetivo en el resto de este libro es el describir cómo esas características serían, de hecho, más probables bajo una perspectiva naturalista. Los humanos somos seres falibles, finitos, sesgados. Alguien argumentará que un universo con miles de millones de galaxias es exactamente lo que Dios hubiera creado naturalmente, mientras que alguien más, incrédulo, preguntará si esa expectativa se fijó antes o después del invento de los telescopios y del descubrimiento de las galaxias. Lo único que podemos hacer es reconocer nuestros sesgos y tratar de corregirlos lo mejor que podamos. Los ateos en veces acusan a los creyentes de ser victimas de sus propias ilusiones ─el creer en una fuerza más allá del mundo físico, un propósito superior de la existencia, y especialmente una recompensa después de la muerte─ simplemente porque eso desean que sea verdad. Este es un sesgo perfectamente entendible, y uno que sería muy conveniente que tomáramos en consideración. Pero hay sesgos en los dos lados. Muchas personas se confortan con la idea de un ser superior poderoso que nos cuida, y que decide los estándares últimos del bien y el mal. En lo personal, no encuentro esta idea confortante del todo, me parece extremadamente inquietante. Prefiero vivir en un universo donde yo soy responsable de crear mis propios valores y de seguirlos lo mejor que pueda, en lugar de un universo donde un Dios dicta los valores de una manera frustrantemente vaga. Esta preferencia me puede sesgar a favor del ateísmo. Por otro lado, no estoy contento del todo con la idea de que mi vida llegará a su fin relativamente pronto (desde una perspectiva cosmológica), sin ninguna esperanza de continuar; así que esto podría sesgarme hacia el teísmo. Cualesquiera que sean mis sesgos, debo tenerlos en mente mientras intento evaluar la evidencia de manera objetiva. Eso es todo lo que podemos hacer desde nuestro pequeño rincón en el cosmos.
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